AL CAER LA TARDE
Hay quietud doliente,
dentro, en las entrañas,
cuando cae la tarde
y la alondra calla.
La contemplo y tiemblo
desde mi ventana,
bajo aquella luz
que a poco se apaga…
Descuelga mi llanto
evocando infancia
de un tiempo que ha sido
y se fue en volandas
por el horizonte
que parece en llama,
de color sangriento
sin mediar palabra:
púrpura de intensos
rojos escarlata…
¡lánguida la luz
al silencio clama!
Acabado el día
se hace noche clara
pintando la luna
de grises sus canas,
con nieblas por velo
llenas de hojarascas
que no son en ocre,
ni lo son en plata
sólo son memorias
que en mi mente campan:
duras como el trigo,
secas como paja,
negras como el lodo
que enturbian las aguas
donde la ambrosía
juventud me daba
y, hoy en día me deja
sensación amarga
y, una rama seca
bajo la mirada,
falta en lozanía
triste y demacrada.
Una bruma fría
corre por la espalda…
cuando en campo santo
el ciprés declama
odas a los vientos
que soban sus ramas;
en la oscura noche
con su negra capa
que envuelta en silencio
se hace con las almas:
del que sueña vivo,
del que llora y ama,
del que ve la muerte
con su gris guadaña;
porque la percibe
cuando el tiempo pasa,
porque cada día
se hace más cercana.
Porque así es la vida
que corriendo pasa.
¡Pasa tan de prisa!,
que a veces “se pasa
de castaño a oscuro”,
lo dice mi mama,
porque en persignarte
la vida se escapa.
Hay quietud doliente,
dentro, en las entrañas,
si al caer la tarde
no ves el mañana.
Rafael Huertes Lacalle