Dar un grito al cielo, amor, dar un grito.
¿qué hace mi voz lacerando las nubes septembrinas
qué hace tu imperio disimulado de adioses hundiendo mis alas en la lluvia oscura
qué hacemos nosotros con los ojos vacíos con las manos llenas de nada
qué hacen los piratas oníricos levantando las olas y mostrándonos su castillo herrumbroso?
Levantarás las uñas el día que me haya ahogado en tu cadáver de amante
porque serás mujer, patria nueva, en boca anónima de mil rostros
y un rayo traerá de nuevo los cisnes extraviados en tu vientre
y un beso volverá a quemararte la memoria.
A veces quiero que despierten los soles que apagamos
las lunas que jamás encendimos
las que rondan en mi pupila sangrienta
como un verme enterrado en el azúcar de mi fuego clandestino.
Golpearás el llanto más virgen de los volcanes
porque tu voz no cree más en el magma azul de mi saliva fluvial.
Yo no sé cuanta sangre corre por la tierra
cuando el ocaso de los ocasos decide clavar su daga de oro maloliente.
Mi oído desde hoy no será muelle de tu voz.
Reventar un grito en el cielo, amor, reventar un grito.
Ahora se quiebran las más cristalidas selvas del cielo
y derrumba su origen de fruta celeste
hoy los astros vierten su zumo escaso en los océanos que no veremos crecer
hoy un remolino de pañuelos húmedos nos aleja.
Amor, ahora habito en el abisal de tu pecho
buceando en tus aguas desteñidas de luz, allí, tu sangre es la corriente
que me empuja al límite del olvido
donde no brillan ya los peces.
Estoy tirando de la lengua, rompiendo calles,
aislando las puertas de sus casas,
conversando con mi rostro reflejado en la tierra
sentado en tu esquina de verano muerto, donde no se podrá erguir más
nuestra estatua ajena al mundo.
septiembre 2008