Debacle final
Viendo pasar un día la justicia a empellones
a través de la historia de pueblos y naciones
con el cerebro a flote, pues miraba pasar:
allí los genocidas alzaban sus banderas,
allí todas las orlas, allí todas las fieras
danzaban muy osados: «¡matar, matar, matar!».
Allí los timbaleros y sabios de alpargatas,
allí los insensatos, los nobles y azafatas;
allí, todo un suburbio; temible batallón.
allí ruines secuaces, grotescos caballeros,
infantes y cabestros, sultanes y artilleros;
allí la mafia negra sin fe y sin comunión.
Allí con los esclavos vetados de sus vidas,
incendios temerosos de casas y avenidas,
pues, allí el vivo infierno, ¡Dios mío qué temor!
Allí el vil soberano sentado como emblema,
la banda de villano, la ruin estratagema
alzada como insignia del odio y del terror.
¿Habrá algún proletario que pare este jolgorio?,
¿habrá algún campesino presente en el velorio?
Si hay uno de cualquiera que rife su intención.
En eso, entre la gente se alzó el hombre arcano
y dio a aquel monarca la muerte con su mano,
aun siendo acribillado por ese batallón.
La historia lo incorpora con ecos de la gloria
por ser la gloria misma partiendo de la historia
en donde a aquel vasallo la muerte propinó.
El nombre del valiente quedó ese día en hado
y al pueblo que le quiere su lucha es un legado:
el fin de aquel tirano la paz nos devolvió.
Samuel Dixon