Estaba en el umbrío espacio de mi tilo y del ciprés
reposando mis años en libertad de pensares,
cuando llegaron mis duendes del otro lado del río
desde esa casa encantada que deslumbra por su paz.
Y en lo alto del cerro donde empieza el cauce seco
pude ver la maravilla del árbol enamorado,
un tala lleno de espinas dobló parte de su tronco
que creciendo horizontal llegó a abrazar a la mora
que allí estaba, cerquita, en seductor esplendor.
Y se besaban las copas y se enlazaban sus ramas
de forma tan enredada que no podía saberse
quién era quién en ese ceñido enlace,
que no llegaba a oprimir pues las púas de ese tala
no lastimaban la mora, entregada ya al abrazo.
Estaban enamorados en tal claridad al desnudo
que nadie pudo dudar del amor que los unía.
Y los rodeaba un cortejo de espinillos en silencio
y hasta un molle los miraba desde su porte gigante.
Yo me acerqué esa mañana para admirar bien de cerca
a la mora y a su amado, al que había seducido,
y ya no pude saber por la forma de abrazarse
si era la tierra cantando o algún juego de esos duendes
que viven allí, en la morada tan bella del Cauce Seco,
que dio lugar al encuentro de árboles que se amaron.
De mi libro “De esas letras pendientes”. 2018 ISBN 978-987-763-836-3