La tarde va cayendo. Lejos el campo
en vago resplandor malva ocre,
que casi no lo es.
Allí está el horizonte
donde existe uno siempre viviendo...
Donde yo estuve vuelve a ser yo estoy.
Son los mismo atardeceres
hechos de tiempos idos,
la nostalgia sonora de las sendas,
el mmilagrso
vuelo de los vencejos en el atardecer
de agosto,
con cabriolas imposibles en el cielo.
Donde rompen el silencio de aire
el canto estridente las chicharras,
Y es mi pueblo de viejas
tejas rojas soleadas,
donde los pájaros palpitan pasiones nuevas.
Es el acceso al infinito
de los campos amados,
de encinares y llanos
cubiertos de ocre dorado,
donde chaparros indómitos
se trenzan
y tronchan las sendas, y el herbazal apiñado
y las yemas doradas cubren las arroyadas,
...y de un desnudo arco iris
que muere en el instante.
Es el sol que espía mientras
duermen las casas con la memoria,
entre las grises peñas,
planas por el calor,
aturdidas por la soledad.
Donde en las penumbras
suaves de los escombros
se esconden secretos
de inefables memorias
...amores olvidados retornan de repente,
mensajes de amor con ausencias de lenguaje,
nostalgia cálida....y el oscuro prodigio
de las urracas sobre las ruinas
donde pueblo y campos
me dan la acogida de paso.
Es la soledad de las dehesas
y el azul cálido, tal vez,
el silencio o el prodigio
de una nube malva ocre, que casi no lo es,
cuando anochece el campo.
Al fondo, campanarios y nidos.
Nidos desalojados, mudos
por la vida y el tiempo
en los tejados que apenas
desvencijados asoman
en una lejanía de horizontes
sin límite y memoria.
Recuerdo espectral que eternamente
sigue...
Ore
Acuarela. Autor Ore