Hoy observé que bailabas el vals en privado,
no querías llamar la atención y sentías que te
estaban observando a la distancia.
Dejaste la ventana medio abierta y la luz encendida.
A duras penas pude ver tu sombra.
En un amanecer cubierto de nubes me resultaba
difícil observarte, pensaste que me había cansado
de esperar, pero de inmediato percibes mi presencia.
No hay distancia ni tiempo para que me alejes de ti,
los demás se rindieron, pero yo no.
Me imaginaba que en breve estarás expuesta a la
mirada de todos. ¿Por qué te ocultas?
Si nadie baila mejor que tú.
Una cortina de nubes, se deslizó sobre el horizonte,
cerrando nuestra ventana sobre ti.
Sin darte cuenta, cuando te alejabas, el viento tuvo
la osadía de abrir las cortinas, dejando ver tu espalda
casi desnuda, y al final todos pudieron ver tu sombra
de norte a sur. A todos los cautivaste con tu movimiento,
en la punta de los dedos de los pies, haciendo piruetas
en el cielo como toda una bailarina, emparejada con tu
compañero de baile, el rey.
Que permanecía obstinadamente quieto, te guiaba
de la mano con su luz sin necesidad de la ayuda del
conocido anillo de fuego.
Al final, nadie notó esta ausencia, la alegría de la
luna rosa fue suficiente… En el último instante,
el eclipse sobrevivió, y ella se desvaneció acariciando
la línea imaginaria, en esta madrugada tan especial.