De que la vida empieza carga el alma pena,
por avenidas oscuras solitarias y violentas,
sin caricias en mis manos y el alma sedienta,
por el exilio del amor quitado de mis venas.
Gris ayer de escaleras planas y veredas musgosas,
noches rechinadas haciendo sueños alertas,
monstruos nocturnos ocultos tras las puertas,
enseñando filosas garras que debían ser rosas.
Templo es en mi recuerdo un generoso hombre
bondad intacta en mi memoria fresca y vieja,
lo porto en cofre de oro sin candado ni reja,
y en mi alma su nombre de que la vida empieza.
Padre, hermano y amigo es lema en su conciencia,
un ser maravilloso que dibuja flores en su mesa,
servidor del amor, la generosidad en su alma impresa,
curandero del alma cuando la vida empieza.
Poeta al atardecer.