El ataúd estaba en el medio de la sala.
Distendido el rostro en placidez de despedida
después del desenlace súbito.
Su hija de pie a su lado, en sobrio dolor contenido
y a su otro costado su hijo, también en templanza.
Faltaba poco. Ella se acercó y lo besó en la frente,
y en igual silencio lo hizo también su hermano.
Después se cerró el féretro. La herida quedó abierta.
De mi libro “De esas letras pendientes”. 2018 ISBN 978-987-763-836-3