La cáscara vacía
el recipiente eterno
o la ambrosía de un mundo novedoso;
en las periferias de cualquier lugar,
existe
aquella vieja taxidermia que pronostica
ambiguos mensajes sin pertenencia hostil:
en lejanas circunferencias, con apoyo del duro
hostigamiento, en esas lagunas o charcas;
cuando el sol se ha desvanecido y promueve
su fronda de ecuánimes sátiros.
Quién o quiénes, golpean el himen roto,
como himen roto, como lienzo destruido
embalsamado en polvo, cuando los dientes,
sí, los dientes, han roto a llorar
dentro de las oscuras encías bucaneras?
La cáscara vacía del tiempo
con su luna inquebrantable, con su cuerpo
extenso de bahía impenetrable, de cosa amable,
de cosa insobornable; allá donde el lenguaje
no llega, ni alcanza la rosa estupefacta
de los últimos ciempiés, de las ínfimas luciérnagas.
Las arterias dilatadas de los envases públicos,
con su tóxico y sus lágrimas prostituidas.
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