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“Mi querida Santa,

modelo perfecto de todas las virtudes,

que aún con las siete espadas sagradas,

derrochas de bondad y pureza,

ante usted me arrodillaré siempre,

lloraré mis angustias y culpas,

hasta ablandarla con mis lágrimas,

pediré a grito interno «¡Oh Maria,

convierta mi corrompida alma!

¡Drene mi putrefacta sangre, que en cuanto más tiempo pasa,

más impurezas corren en ella!

¡No se rinda de mi, 

que al igual que usted soy mujer y Virgen!

¡Que mi corazón, aunque negro y poluto,

arde en llamas y sus rosas se encuentran intactas!

¡Y mi mente, aunque espeluznante y libidinosa,

sólo tiene lugar para amar al señor!

Deténgame, corríjame, castígueme,

enséñeme a santificarme aún en mi condición,

pues usted mejor que nadie sabe,

el martirio de una sanguinaria imaginación.

Que así sea,

Amén»”.