Mercurio, el mensajero veloz,
con su cercanía al Sol, ardiente y audaz.
Un mundo rocoso, enérgico y fugaz,
que despierta la curiosidad en nuestro compás.
Venus, la diosa del amor y la pasión,
envuelta en nubes y misterios sin fin.
Su brillo radiante, su resplandor sin cesar,
nos cautiva con su encanto divino y sutil.
Tierra, nuestro hogar azul y hermoso,
un oasis de vida en el vasto espacio.
Con sus océanos y montañas majestuosas,
nos brinda el regalo de la existencia en abrazo.
Marte, el planeta rojo, con su manto de polvo,
un mundo desértico, desafiante y valiente.
En sus llanuras y montañas encontramos el impulso,
de explorar nuevos horizontes, sin temor, plenamente.
Júpiter, el gigante gaseoso y poderoso,
con sus bandas de nubes y su gran esfera.
Un coloso en el cielo, imponente y grandioso,
que nos muestra la grandeza en su estampa certera.
Saturno, el señor de los anillos radiantes,
con su belleza cautivadora y única.
Sus anillos circundantes, verdaderos guardianes,
nos envuelven en un abrazo celestial que nos ubica.
Urano, el planeta de los misterios celestiales,
con su color azul pálido y su gélido entorno.
En su atmósfera fría, encontramos los ideales,
de explorar lo desconocido y expandirnos sin adorno.
Neptuno, el lejano gigante azul,
un mundo de atmósfera turbulenta y océanos profundos.
Con su viento y tormentas, su manto singular,
nos invita a sumergirnos en sus misterios sin segundos.
Plutón, el pequeño y distante enigmático,
un mundo helado en los confines del sistema.
Aunque su clasificación haya cambiado en el práctico,
su magia perdura en nuestra mente y poema.
Los planetas, maravillas del espacio sideral,
cada uno con su esencia, su encanto peculiar.
En su diversidad, en su danza celestial,
encontramos el asombro y la grandeza sin igual.
Así, en el poema de los planetas tejido,
encontramos la vastedad del universo en cada verso.
Un canto cósmico, un destello compartido,
que nos conecta con el cosmos en un abrazo inverso.