Matias 01

¡Ella existe!

¡Una voz suave me despierta!

¡Ella existe!

Y entona una dulce melodía,

como un riego tibio

a mi sufrido corazón.

 

Es lunes de primavera, el día pasa

sin desteñirse,

el muerto sonríe en su retrato

y retoñan felices unas frescas florecillas

a lo largo de la aurora.

 

Y una boca helada, común a un beso

reposado

en las sombras del olvido,

se abre tiernamente y me sonríe.

 

Manos dulces, invertebradas,

con esa facultad de encender

una fría existencia,

abrazan a mi corazón que comienza

a fallecer.

¡Ella existe!

 

Sí, ella existe, prendida como una vela

en noche oscura,

cada vez que Dios se oculta

o se pone triste

y anochece mucho en mi corazón.