¡Una voz suave me despierta!
¡Ella existe!
Y entona una dulce melodía,
como un riego tibio
a mi sufrido corazón.
Es lunes de primavera, el día pasa
sin desteñirse,
el muerto sonríe en su retrato
y retoñan felices unas frescas florecillas
a lo largo de la aurora.
Y una boca helada, común a un beso
reposado
en las sombras del olvido,
se abre tiernamente y me sonríe.
Manos dulces, invertebradas,
con esa facultad de encender
una fría existencia,
abrazan a mi corazón que comienza
a fallecer.
¡Ella existe!
Sí, ella existe, prendida como una vela
en noche oscura,
cada vez que Dios se oculta
o se pone triste
y anochece mucho en mi corazón.