Hoy estuve entristecido
sentado y mirando el mar
preguntando: ¿Qué habrá sido,
de quien nunca pudo amar?
Y mirando aquellas olas
comencé pronto a llorar
diciéndome siempre a solas...
¡Cuánto duele recordar!
Y en la playa aquel ocaso
trajo un nuevo atardecer
y la noche paso a paso,
avanzó hasta amanecer.
Me quedé mirando al cielo
con deseos de gritar
y en medio del triste duelo
no hice más que preguntar:
¿Luz de estrella o del lucero,
pueden hacerme un favor?
¡Díganle que yo la quiero,
que ella es dueña de mi amor!
Con tristeza ahora admito
que al zarpar por ancho mar
en la arena quedó escrito:
¡Nunca me supiste amar!