Por el día glorioso de tu llegada
Alabo a la providencia tal regalo
Yo que siempre fui apóstata y cobarde
Y en mi vagar apático ensucié mis plumas
Sucias y hediondas cual carroñera ave
Mordaz e indiferente al dolor ajeno
Renegando de mi condición y allegados
bien pronto me hice pendenciero
siempre abusivo, mordaz e insatisfecho
Hasta lo más alto debió llegar la queja
Y su misericordia se reveló en tu persona
En esa mañana de cacofonías infernales
Acudiste a tu noble labor imponiendo calma
Se clavaron en ti tantos azarosos ojos
Pero ante los tuyos serenos se aplacaron
¿Qué me viste emperatriz del alba
En esas calles hostiles, feroz y huraño?
Para que con tu dulce mirar me purificaras
por tu angelical figura y tu gentil semblante
Supe que el cielo existe de tan solo verte
Y por ser digno de recibir en mi atribulada frente
La caricia redentora de tus castas manos
Y en mis oídos hastiados del permanente agravio
escuchar de tu cadenciosa voz recitar un salmo
temiendo al tocarte cual visión te desvanecieras
no más susurré un “te ayudo” que salió del alma
para no ir más a la deriva con mi encono
para no guardar más el solitario llanto
renuncié a mi irracional revancha
contra la retorcida vida que yo mismo
con enfermizo ahínco había escogido
Para llegar contigo a sutiles sitios
Lejos de éste lacrimoso valle
Ante una cruz exorcicé demonios
Y desde entonces arranqué cizaña
Sembrando en derredor tan solo nardos
Ansiando algún día contigo tocar el cielo
Libre de lastre que acumulé insensato