Lourdes Aguilar

UN EXPERIMENTO ACCIDENTADO

Uno de esos días preferidos por mi para ir a la playa debido a la continua procesión de nubes que mitigaban el calor del trópico, cuando una manta es la isla donde descansa el cuerpo y el lugar idóneo frente a la inmensidad del mar carece de sombra, esas nubes providenciales permiten disfrutar el días, el agua y el calor. Mirándolas pasar recordé mi lejana infancia, cuando solía descubrir formas acentuadas por las diferentes tonalidades, ora el manto vaporoso de una odalisca en plena ejecución de su seductora danza, ora las orejas asomadas de un conejito silvestre detrás de una piedra y hasta un hermoso dragón expulsando fuego; con esos recuerdos en mente decidí volver a hallar formas, el sonido del mar me inspiró y mi mente las empezó a  moldear: una gran ceiba llena de pájaros, un barco vikingo en plena tempestad, ondinas bañándose en blanca espuma, etc. Tan entretenida estaba en mi labor que me pareció poder compactar esas nubes y moldearlas en algo más concreto, una sola flor por ejemplo, y así me dispuse a practicar creando inicialmente flores, cometas y frutas, luego de un rato quise practicar con animales que tuvierna incluso movimiento propio y así fue como manos invisibles comenzaron a tomar esas nubes como si fueran copos de nueve para formar primeramente un toro, me esforcé en darle el volumen adecuado, en delinear los belfos, sus ojos, sus músculos y el nacimiento de sus cuernos, debo decir que el resultado me complació y hasta me pareció que respiraba, lo miré alejarse e incluso lo vi mover la cola, con el siguiente grupo de nubes hice una liebre que se fue saltando por todo el espacio azul hasta perderse, luego un oso, después un delfín, aquello era de lo más entretenido hasta que se me ocurrió hacer un pollo, cosa simple teniendo en cuenta los animales anteriores mientras lo hacía recordé que de pequeña me gustaba tomar a los pollitos y sostenerlos en mis manos para observarlos bien , sentir sus plumoncitos suaves y olerlos mientras ellos piaban y movían sus patas exigiendo que los bajara, era divertido para mi sentir su corazón agitado y luego verlos correr y aletear una vez libres, pues bien, mi pollo actual se sentía igual de  suave, y cuando hube terminado tuve el inusual impulso de querer bajarlo, solo me faltaba el pico, pero el pollo de nubes, al igual que los pollitos que en ese entonces tomaba en mi mano empezó a ponerse nervioso y yo, sin pérdida de tiempo lo retuve de la cola dispuesta a bajarlo, pues tenía curiosidad de saber si éste tendría algún olor en particular, sin embargo parecía estar de alguna manera pegado al cielo, el pollo trataba de correr y aleteaba frenéticamente mientras yo en mi afán de desprenderlo comencé a “escarbar” el cielo a su alrededor, no sé si era solamente mi imaginación o el mar, pero juro que lo escuché cacarear desesperado ante mi terquedad, seguí escarbando lo más aprisa posible al tiempo que se desprendían vaporosas plumas hasta que se escuchó un trueno y el pobre pollo, desprendido de su elemento empezó a caer desbaratándose primeramente por la cola de donde lo había asido, en un segundo, lo que fue un pollo cayó sobre mi de forma breve e intensa como culebra de agua que al bajar abrió un hueco en la arena, enterrándome parcialmente en él junto con mis pertenencias, nunca imaginé que unas nubes en forma de pollo pudieran contener tanta agua, me vi en pocos instantes en un charco de arena, completamente empanizada hasta las pestañas de ella y sin toalla o trapo seco para cambiarme, debí agradecer que no se me hubiera ocurrido intentar bajar al toro o al oso porque entonces mi charco pudo haber sido un puntano de arenas movedizas y difícilmente habría salido sin ayuda, afortunadamente ese día la playa estaba casi desierta y aunque el trueno fue sonoro nadie lo asoció con la mujer que yacía en el charco de arena que se secaba rápidamente con todas sus pertenencias mojadas y embadurnadas.