Alberto Escobar

No es inĂștil

 

Ex Oriente Lux.
—Ocurrió en Toledo, en el medioevo. 

 


Luz, que vienes del este. 
Sol, que comporta esa luz,
por eso sales de allí,
de donde radica la sabiduría. 
Luz, que llenas de mañana
la oscuridad de mi cuarto.
Luz, que das a mis ojos
el poder del que carezco,
que llevas a mis libros
el candil para ser leídos,
y que el disfrute de sus letras
llene mis horas muertas. 
Sabiduría, que viajas con ella,
disuelta en ese concierto 
de fotones que al blanco van
y del blanco vienen para pintar,
con la ayuda del líquido elemento,
la tristeza monocromática de un iris,
un iris que gris se abre en abanico
en el horizonte y da la bienvenida 
al viajante, al que descansa del diluvio. 
De allí viene de lo que se tiene noticia, 
de las postrimerías del mundo conocido,
de Indias y Chinas como cazuelas sin fin
en las que se coció todo el saber,
en los albores de lo que ahora existe,
conocimiento que en formato apergaminado
llegó hasta las inmediaciones de Occidente,
de donde fenicios, griegos y romanos
libaron, como si se tratara de ambrosía,
todo un caudal que como río turbulento
nos llegó para cimentación y argamasa
de toda una civilización, esa que ahora gime
de orfandad, de carencia y desbandada,
esa ante la que un tesoro tan prodigioso 
se desvanece como azucarillo hirviendo,
esa que ha fabricado un ser humano, hoy, 
que lo califica de reliquia del pasado, rancio,
que lo desprecia por inútil e innecesario, 
que rinde culto a la máquina y la materia,
a un supuesto progreso sin alma, huero,
sin humanismo, y que el vértigo del día a día
sanciona como sobrante, como no práctico. 
Luz, sabiduría, conocimiento, legado, 
inspiración en forma ortográfica, sedimento
que como fango de siglos queda en una laguna,
materia plástica de aquel alfarero que se atreva
a construir un prodigio, un hijo de su talento,
y que quede para agasajo de los que vengan. 
Solo pido eso; y como respuesta a este deseo,
me impongo el propósito de cuidar de él,
de sacar brillo a cada una de sus monedas,
cada día, con el mejor de los mejunjes, paño,
cepillo, y demás artilugios que me ayuden
a alcanzar un lustre tal que hiera las pupilas
del que ose mirarlo de frente, y de leerlo lento. 
Animo al lector a que se haga legión y ejercito...