Marta trabajaba en la nevería ubicada frente al parque de la colonia. Era éste una gran plancha de concreto con una concha acústica donde a veces se realizaban eventos, unos cuantos juegos infantiles protegidos por un domo y la soledad abrasadora en horas de la tarde, don Felipe acostumbraba a llegar a eso de las doce a la nevería para leer un libro y refrescarse con un raspado. Marta se fijó una de esas tardes que don Felipe se detenía en alguna grieta, vaciaba parte de su botella de agua y se quedaba un rato monologando antes de llegar a pedir su raspado, como esto ser repitiera diariamente, ella un día le preguntó por qué motivo lo hacía. Don Felipe, sonriente le respondió:
-Una semilla de grosella ha germinado, yo ayudo a esa plantita a crecer.
-Ay don Felipe, nada puede crecer ahí, es puro concreto.
-¿Cómo sabes? Un árbol es como un niño, si lo dejamos solitario a merced de las inclemencias no tendrá oportunidad y como a ellos hay que hablarles con cariño, darles ánimo y guiarlos,así descubrirán de lo que son capaces, fíjate cómo se ve esa explanada sin más vida que ese tierno trío de ramitas verdosas, ha germinado ahí, en esa grieta que no es el lugar idóneo pero crecerá hasta romper la gruesa capa que hoy lo aprisiona o morirá en el intento, ni más ni menos la actitud que deberíamos tener ante las vida cuando se nos presenta complicada, por eso me acerco siempre, como un buen amigo, para que sepa que alguien confía en él y lo acompañará en la medida de sus posibilidades, como cuando desamparados esperamos una muestra de amistad; yo te aseguro que con el tiempo, yo, otro o tú misma, podremos ir a refrescarnos bajo su sombra, a cobijarnos bajo sus brazos abiertos alabando al cielo, como invitándonos a hacerlo mismo.
-Está usted algo romántico don Felipe, deseo sinceramente que su arbolito crezca.
Y pasó el tiempo, trío continuó su crecimiento ganando altura y don Felipe con su ritual de hablarle y compartir su agua, pero don Felipe envejecía y una nostalgia comenzó a invadirlo, Marta lo notó y le preguntó si algo andaba mal.
-Ay Martita, temo que un día ya no llegaré, estoy recordando demasiadas cosas, a veces me desprendo de mi y me parece que cualquier noche olvidaré volver a éste viejo cuerpo, solo me preocupa el arbolito, todavía es joven y se acostumbró a mi, si yo falto, ¿quién le hablará, quien le proporcionará agua?
-Don Felipe, no piense esas cosas.
-Debo hacerlo Martita, tú estás aquí cerca, no te pediría que le hables porque no querrás que la gente te considera chiflada, pero ¿puedes prometerme que le llevarás por lo menos agua?
-Bueno, si eso le hace estar tranquilo lo haré.
-Gracias Martita, eres muy linda, ya me he estado despidiendo del árbol, estará contento de saber que tú estarás pendiente.
-¿De verdad cree usted que el árbol entiende?
-Mejor que muchas personas Martita, los árboles pueden enseñarnos muchas cosas, al crecer siempre abren sus ramitas al cielo, como encomendándose a él, en cambio nosotros constantemente cerramos egoístamente los brazos; sus raíces absorben energía, que convierte en frutos a través de sus flores ¿no es maravilloso? Ese domo que colocaron hace poco en la cancha no refresca, no tiene la capacidad de producir oxígeno, el arbolito sí, si tuvieras la curiosidad de apoyarte en su troco y esperar, sentirás cómo se comunica.
Pasó el tiempo, tal como había pronosticado don Felipe, su día llegó y la mesa quedó sola alas doce del día, Marta miraba el árbol, había hecho una promesa así que tomó la costumbre de ir a regarlo gracias a lo cual el árbol creció ofreciendo su sombra y sus frutos, en una ocasión Marta tuvo una discusión con la dueña de la nevería y se retiró del trabajo antes de terminar su turno, al ir cruzando la explanada se sentó frustrada, recostando su espalda en el troco, cerró los ojos y lágrimas de rabia comenzaron a resbalar, una suave brisa fue dispersando el coraje y sintió así mismo su corazón relajarse, sentía vibrar el tronco, las hojas susurrar con su tenue movimiento, tuvo la sensación de que ella formaba parte de ese enramado, que bajaba como nube, que se fundía con el troco y se llevaba ese sentimiento de malestar a través de las raíces para desaparecer en la tierra, comprendió entonces que de alguna manera el árbol se había comunicado para consolarla.