Pareciera que solo la muerte me separa de ti
porque hemos caminado sobre los campos húmedos,
soñado sobre la tierra mojada,
conversado largamente bajo la lluvia,
aun cuando el sol muriese con nosotros,
y las sombras profundas nos convierten en estatuas,
inertes, como extensión inmóvil de la hierba verde,
que se resiste a morir con el tiempo,
a convertirse en campo seco,
o en un prado infértil.
Han pasado los años, tiranos, opresores,
intentando condenar las vivencias a recuerdos,
desmoronando el pensamiento en llamadas silentes,
a la muerte inmortal donde tu eres libre,
desde el paraje terrenal,
donde yo estoy preso,
como sustancia involuntaria,
que atiende el paso del tiempo
Pareciera que la aurora se convierte en esperanzas mustias
sin aves que cantan, con cenizas como vientos,
con hiedras como flores,
sin latidos ni aromas,
como si la muerte nos alejara,
desdeñando los abrazos,
agujereando las imágenes,
sobre un viejo papel sepia.
Está amaneciendo,
primero sobre ti, en la fecha que partiste,
y luego sobre mí, en el latido que te presiente,
para aniquilar a la muerte,
con la memoria que te revive,
con las manos que te sienten,
y los sueños que te nombran,
para volver a la semilla que germinó de tu simiente,
como el gorrión con canto nuevo,
con la ilusión de una nueva obra.