el brujo de letziaga

Un viaje por mi interior.

Alguien me dijo hace tiempo  que, “mis letras fluyen eternas en el espacio cósmico” contra toda lógica y razón científica ¿Y porque no? Si yo creo en la telepatía cósmica y en la transmisión de imágenes y pensamientos extracorpóreos, e incluso llego a la creencia de que las ilusiones correspondientes donde se ingenian mis letras tengan un dominio superior y mágico que me inspira y me dirige; y por tanto pudiera ser que también mis versos fueran espaciados al viento desde una lumbre y otra lumbre haciéndose ceniza y polvo, para luego vagar en una barquichuela de viento por las veredas del mundo injertando sus luces sobre otras expresiones líricas y creando una musicalidad bohemia repleta de metáforas y poemas, en azules y verdes para disfrute de otras mentes.

 

Las manos dan forma a la arcilla
Creando vasijas de barro
Y aunque se rompan siempre quedan sus cachos
Pero una vez ocurrido esto
No queda recipiente ni queda líquido.

 

...En cambio...

 

Cuando este poeta se vaya
Cientos de avecillas de lo eterno
surcaran con mis versículos el cielo,
haciendo llover mi esencia en gotas de rocío
que serán campanillas de versos cristalinos
en los pétalos del cosmos
...y del recuerdo...

 

Y pensándolo bien y continuando con mi reflexión, observo desde la pequeña atalaya de mi curiosidad cuántas antorchas he ido encendiendo en nombre de la poesía a lo largo de estos últimos cuatro años, donde inicié mi andadura en la propagación por el cosmos de mis escritos y sueños, dibujándolos con melancolías de ojos ausentes o con nubes cargadas de cielos grises, o en su detrimento también he pintado de sonrisas las candelillas sensuales de miles de rosas y cientos de claveles.

 

Esto que digo no parece muy real, pero mi vida en lo referente a esta última etapa está hecha de jirones entrecruzados con palabras suicidas, jugando a la ruleta rusa del -yo poeta- que busca con sus versos el gozo anticipado de la muerte, a través de las intimidades literarias de mi prehistoria personal y de mis fantasmas que influencian con frivolidad a este corazón que tiembla en cada poema que ingenia.

 

Todo lo que voy escribiendo logra implícitamente como resultado un proceso en mi camino poético donde mi excelso vocabulario visto desde una óptica cuantitativa y ególatra, me permite modular y desarrollar argumentos interpretativos del amor y del desamor, de la misma naturaleza y de otras secuencias de lo que en cualquier momento me surja. De este modo y de una manera onírica voy trasegando mis copas de ginebra con lumbre de cigarrillos en mesas artificiales de los viejos recuerdos de amores pretéritos, en las resacas de plazuelas y playas del disparate, dejando manifestaciones de mi propio carácter algo especial y “sui generis”,  como si fuera ese árbol que sin saberlo esta allí relumbrando y seduciendo con su hermosura, plenitud, belleza, júbilo, etc..., mientras poco a poco va ensamblando su contrapunto en un viaje hacía los carámbanos del dolor y de la muerte del mismo modo que se encamina este poeta cuando voy extrapolando mis sentimientos. Pero siempre en la creencia de que cuando ya no éste quedarán mis poesías viajando por el cosmos como pétalos de rosas cuyos pólenes inseminarán otras ingeniosidades.

 

Cuando yo no esté mis versos estarán.
Un día y otro día.
Un año y otro año.
Un siglo y muchos siglos.
Y serán como rosas que no se marchitan.

 

Cuando yo me vaya
Mis poemas serán calor de hogueras
para las mujeres perdidas
en las tabernas fantasmas
de mil noches de ausencias.

 

Cuando yo sea ceniza
Morirá de amor la aurora.
Y mi muerte será magia presente
donde mi alma viajará con mis letras
por mil mundos diferentes.

 

Como diafonía final tengo que decir que hay días que escucho una voz en mi yo endógeno, que me llama insistentemente desde el lado oscuro cuando los minutos me pesan y se me cargan a cuestas y quiero dejarlo todo, pero le digo que no, que no y que no, que hago oídos sordos a su llamada porque debo seguir con hambre de vida, de poesía, de escribir y soñar en mil noches de luna y amaneceres con brotes de violetas en mi otro yo, ese yo exógeno que visto y calzo, aunque a veces un minuto sea un siglo y me den ganas de levantar el vuelo y decir un hasta luego o hasta siempre, porque me asaltan dudas de querer morir escribiendo poesía.