Alberto Escobar

Añoro

 

Soy incapaz de permanecer
quieto en mi habitación,
soy tan desdichado...

—recreación de una frase
que se le atribuye a Blaise Pascal. 

 

 

Añoro.
Echo en falta ese punto
de locura, ese descontrol.
Echo de menos ese no saber, 
esa nebulosa en la mente,
ese dibujarse de molinos,
ese espejismo que creía cierto,
esa zanahoria que si caballo fuera
se me imprimiría en la frente, 
esa frente que era de cristal. 
Añoro toda la inocencia
de que era capaz mi corazón.
Añoro, ahora, ausente de ella,
nadar entre los naipes de una baraja
que cada mañana se abre, flor
de primavera, sugerente, cierta
de su muerte cuando el frío
pronto empiece a reinar. 
Añoro, echo en falta, echo de menos
esa sonrisa que ante cualquier novedad
me rasgaba la cara de oreja a oreja. 
Ya, pasadas las mieles y los alfajores,
poco río, poco caudal se remansa
en ese paraje que solo pinta el recuerdo,
sola es la certeza, solo el desengaño impera
cuando de bruces se choca la verdad
contra los hechos, contra un certificado
firmado y sellado por el destino, firme. 
Añoro, incertidumbre bendita. 
Mi piel, ya surcándose de seca, sin fruto,
va cediendo a una especie de costra, rota,
blanquecina, turquesa, que cubre la pena,
la desgana, el aplauso de un eco que retumba
en la soledad de mi cuarto, éxito sin marco. 
Me entra sueño del esfuerzo, porque pienso.
Dejo el lápiz al lado de la hoja en blanco
para pensar y pensar, engurruñarlo, papelera, 
fracaso, lágrimas y agua bañando el barranco
de mi mejilla abajo —un pudo ser y no fue. 
Acerco la mano otra vez, lo empuño y prosigo,
me atrevo a esbozar una línea, la leo, la dejo
reposar para que tome su color y su sombra,
la pienso otra vez y me retengo la garra fiera
en la que los dedos se van convirtiendo, 
resisto las ganas de rasgar cada letra, 
cada frase, cada despropósito, cada tejido
que hilvano —no me acaba de gustar...
Añoro. 
Añoro cuando escribía de corrido, sin reparar
en la medida de mis ocurrencias, sin esperar
la zarpa de la censura y el juicio sumarísimo
de la audiencia, de una sociedad sanguinolenta. 
Añoro el descaro que venía a verme 
cuando me sentaba delante del escritorio,
cuando imaginaba versos a la luz de caminatas
muy de mañana, casi insultando al alba, 
dedicando piropos a las florecillas naranjas
que me saludaban al pasar, en la plaza,
haciendo la compra en los mercados, gritándose
el género entre una muchedumbre hambrienta...
Todo eso añoro. 
La vejez no me deja apenas espacio, cristal opaco. 
Tengo tiempo, me siento en este banco
a dar conversación a quien se me tercie,
tengo alpiste en el bolsillo para unas palomas
que no acuden, que comen ya otras simientes,
otros manjares que el devenir les pone a su alcance.
Estoy atrapado en un pasado que se enganchó
de lleno a una niñez de niño menesteroso, 
falto de cariño y caricias, falto de madre y padre,
falto de una mano que suavizara la espalda
si tropezaba jugando mis juegos, apenas solo... 
Nací solo, escribo solo, solo sueño, siento, solo añoro...