Lourdes Aguilar

LA CAPSULITA

El segundo semestre del segundo año de educación secundaria quedó marcado por la caída en picada de mis calificaciones en matemáticas, si bien nunca fue una materia de mi agrado y la sola exhibición de las ecuaciones, raíces cuadradas y problemas correspondientes mis sienes empezaban a palpitar y hasta sudaba frío, que no era lo mío lo supe desde la primaria y aún así hacía lo posible porque mis calificaciones no fuesen mediocres, pero como dice el dicho “al perro más flaco se le suben las pulgas” eso se cumplió cabalmente con la suplente del maestro de matemáticas de ese semestre: la nueva maestra no llegaba al metro y medio, era morena, flaquita y usaba unos lentes grandes que acentuaban su mirada inquisidora, eran de hecho lo único desproporcionado a su estatura, aunado a eso poseía una voz aguda que tenía un efecto somnífero no solo en mi sino en varios de los compañeros que sin pérdida de tiempo la bautizaron como  “la capsulita”, poco a poco fui descubriendo con horror que “la capsulita” lo que tenía de enana lo compensaba con creces en un carácter agrio e implacable, su mirada cazaba en instantes a cualquier sospechoso, y con su certera puntería el borrador ponía fuera de combate a los revoltosos, llevaba siempre consigo  un juego de geometría de madera y su regla era de lo más versátil, ya fuera para hacer rectas, imponer silencio y bajar de las nubes a los distraídos, yo, sobre todo fui de sus víctimas más asiduas y aunque juro que trataba de prestar atención a su clase me era imposible concentrarme en sus maléficas operaciones, para mi “la capsulita” era más bien un supositorio  suministrado durante su hora y de la cual mi mente terminaba tan ausente y embrollada como al principio, mi libro y mi libreta en esa materia estaban todas marcadas en rojo ostentando un insultante 5 y eso porque en aquél entonces no había calificación por debajo de ese dígito, sus exámenes me ocasionaban ansiedad antes, jaqueca en el transcurso y una sensación de fracaso después, para colmo, la “capsulita” tenía la inexplicable manía de exhibir mi ineptitud delante del grupo ordenándome resolver sus ecuaciones en la pizarra, yo tenía la certeza de que su maldad no tenía límites y sus órdenes eran la invitación al fusilamiento de mi dignidad ante el pelotón de compañeros que no dejarían pasar la oportunidad para disparar sus risas burlonas, dándome además el tiro de gracias con una frase lapidaria, “eres tonta” era su preferida, sí, era atroz y sin embargo sobreviví, sobreviví como sobreviven los moribundos a la agonía en una guerra, desamparados y con las vísceras expuestas, ni el “chile seco” o “la cherna” eran tan crueles como para pararme en una pizarra a hacer el ridículo, el semestre avanzaba con una lentitud desesperante, mi madre no mostraba preocupación, tal vez porque no tuvo más estudios que la primaria y mi padre pasaba tanto tiempo ausente que para él un “aprobado” era suficiente; se acercaban los exámenes finales y empezaba a perder la esperanza de pasar “de panzazo” esa materia” y destinar parte de mis vacaciones en asistir a las clases de regularización, pero luego me enteré de que quien las impartiría sería precisamente “la capsulita”, juro que ni antes ni después me había esforzado tanto en descifrar fórmulas matemáticas, los días previos a los exámenes me aislaba en el patio, sobre una rama, con la libreta practicando, borrando y reescribiendo ecuaciones, soñaba que me quedaba dormida en clase y “la capsulita” me despertaba a reglazos y me pasaba a la pizarra frente a una clase llena de otras “capsulitas” quienes me miraban con esos ojos de ave de rapiña agrandados por sus lentes y Oh desgracia, los números y los signos se salían de la pizarra y me atacaban como furioso enjambre de avispas repitiendo sus fórmulas, luego yo corría mientras me perseguían riendo todas las “capsulitas” y los enjambres de números, signos, ángulos, senos y cosenos en una interminable cacofonía matemáticas que terminaba a veces conuna caída aparatosa de la hamaca.

Ya no había escapatoria, el día del examen llegó, “la capsulita” nos entregó tres hojas tamaño oficio advirtiéndonos que solo disponíamos de cierto tiempo para responder, mi mente estaba en blanco, a pesar de mis esfuerzos lo poco que había logrado comprender se me escurrió de la mente, los números en el papel se burlaban de mi, repasé las hojas pero no pude comprender absolutamente nada, el verdugo platicaba tranquilamente con otro maestro en la puerta del salón, los demás separados y distribuidos a distancia prudente resolvían o fingían resolver sus operaciones, yo ya no tenía energías para enfrentar el complicado mecanismo de las ecuaciones, capitulé dibujando en la segunda y tercera hoja árboles, casas, barcos, pájaros y peces alrededor de todo el espacio que dejaban libres las cuentas y que “la capsulita” lo interpretara como quisiera, tendría una semana de plazo para regresar y recibir mi castigo si reprobaba la materia o si conseguía pasar mis pesadillas terminarían definitivamente. Sonó el timbre, ella pasó recogiendo y arrebatando las hojas, en la primera página de mi examen solo había una operación hecha (incorrecta desde luego) y albura en el resto del papel.