Nada tengo que ofrecerte,
solo mis manos vacias;
hojas de papel en blanco,
mi pluma y algo de tinta.
Ramilletes de palabras,
ofrenda que pasaría
cuando el agua del olvido
ahogue lamentos suicidas.
*
Escribe tú mi epitafio
en los lapidarios días
en que morirán las horas
de efímeras alegrías,
perdidas en el naufragio.
Y aunque nunca fueron mías
se clavaban en mis labios
cada vez que sonreías.
*
Nada tengo que decirte,
mi pecho está disecado.
Prendido con alfileres
el corazón ha quedado.
No le mires, que tus ojos
le pierden y le hacen daño
y vuelve a hundirse agobiado
en los dolores de antaño.
*
Nada tengo que pedirte,
Ni perdón ni penitencia,
si a punto está de morirse
el numen de este poeta.
Entierra lejos mi lira,
rompe hasta la última cuerda
y envuelve mi mano fría
en un sudario de letras…