Surus fue el único elefante que sobrevivió a la segunda guerra púnica de Aníbal. Cruzó los Alpes durante el 218 a.c. Se dice que tenía un único colmillo e iba ataviado siempre con una manta roja, un escudo y un palanquín. Era la montura predilecta de Anibal, quien, habiendo perdido un ojo a causa de una infección poco antes de la batalla de Trasimeno, se servía de él para divisar al enemigo desde sus lomos y plantarle cara. Capturado en la batalla de Zama, Surus fue indultado por los romanos quienes apreciaron su valor en la guerra y su singularidad, permanenciendo siempre en su recuerdo como la imagen del orgullo y la tenacidad de Cartago.
Me siento huérfano.
Mi guía, mi mejor asiento,
mi atalaya, está en su poder.
Seguro que ya es carne de boca,
despedazado para alimento,
pasto de sus horrendas fauces.
Miles de dientes mascando a compás
su bendita musculatura, su grandeza.
Escribo aquí, en una sucia mazmorra,
en lo profundo de un anfiteatro,
casi sin luz, una lánguida antorcha
que apenas tiene fuerza para sostenerse,
esperando a que me llamen para salir,
para respirar por última vez, para divertir
a un irrespetable sentado en las gradas
que no respeta la vida, que aulla mi sangre
hambriento de mi dolor, que grita tanto...
Ya estoy vestido, me acaban de tirar
contra el suelo una espada y un pectoral
que tratará de contener la lanza mortal,
esa que en breve me atravesará el corazón.
Pido agua y me la dan, oscura.
Mientras sigo escribiendo, ahora mismo,
me llaman y me entregan en mano, con cuidado,
una corona de espinas para que, al cerrar los ojos,
el rojo de la sangre me siga nutriendo el odio
que me llena, la venganza eterna, desde pequeño.
Por fuera de esta cárcel veo también un doble
madero, atravesado uno sobre el otro, que dicen
que es para martirio de los hombres insignes.
Pienso, sentado en este mampuesto, cabizbajo,
en de qué sería capaz si Surus estuviera aquí,
rompiendo los barrotes de esta jaula maloliente,
saliendo al ruedo bajo el rechinante pavor
de una muchedumbre cobarde como ratas,
corriendo en desbandada abajo los vomitorios,
y rezándoles a sus malditos dioses para que todo
haya sido un sueño... ¡Unos cobardes redomados!
Recibo la llamada del alguacil...
Ya salgo a recibir sepultura.
Que sea lo que mi dios quiera.