Anduve por caminos completamente desconocidos.
Y anduve solo. Fui noche lenta y madrugada apurada.
Estuve entre el cielo y la tierra, entre el árbol y el agua
y me convertí en silencio solitario de animal que huye.
Descubrí que la tristeza es aire que flota en la nada.
Corté las riendas y fui un potro salvaje disparado,
el viento me rozaba apenas y se marchaba
como se marchan los besos de la boca que no sabe aprisionarlos;
como se escapan las alegrías del hombre por los poros de su alma;
como huyen de los ojos las lágrimas por un dolor inesperado.
Subí por tierras colmadas de rocas insensibles
y mis pies buscaban una senda suave para caminar
pero la obscuridad cumplía con su trabajo desorientador
y mis ojos perdían la mirada por no cerrarse y llorar
y en mi boca multiplicábase el silencio quieto y desolador.
Anduve y anduve y todos los caminos se me hacían extraños.
Se me alejaba el horizonte aunque yo guiaba hacia él mis pasos.
Salí a buscar algo sin saber qué buscaba ni dónde buscarlo.
Y encontré lo que no buscaba y permanecí desorientado.
El afán de mi búsqueda cayó en letargo y perdí el rastro.
Hasta que el otoño entró en mi vida con forma de hada
y las tardes de Abril se quedaron para siempre imantadas a mi alma;
un sendero apareció ante mis ojos y anduve acariciando las pisadas,
todo iba quedando grabado en mí como un signo perpetuo;
entendí que había encontrado al fin lo que tanto buscaba.