Ya no tienes voz, solo tu palabra, que lo has restituido
para que siga su marcha,
a pesar de tu reposo y de tanto aire pasivo
que va haciéndose denso.
¡Que ya no te cuentan!
¡Que ya no estás en ningún padrón del odio ni en algún
calendario, menos en alguna mesa!
Pues de verdad, quien menos te recuerda es tu pariente,
quien brindaba por tu salud mientras andabas postrado
escalonando al tiempo.
Quien ahora está allí, al pie de tu flaqueza, según que dolor
humea en el cigarrillo, es la voz de tu vecino
sobre la mesa, sobre el café profundo, sobre el aire
que suda en la garganta…
Y ahora vas de mano en mano, de rezo en rezo,
un poco desahuciado, de uno vestido de blanco
a uno de negro;
Y yo me digo:
¡Matías, ya no estas para andar, para ir con el acento
de tu orgullo y de ir indiferente ante los gusanos
de tu propio peso!
¡Seguro es más natural morir que vivir por tus acciones,
mientras tu casa se va recomponiendo en el suelo!
Hoy es sábado, el lugar en que me arrimo y por desgracia
es el sitio en que la muerte me quiere más;
Y es diciembre: el tiempo donde se cobijan mis penas
más augustas.
Por eso, solo pido mi sombrero y les digo: “Señores,
gracias por todo, seguramente volveremos a vernos,
hasta entonces déjenme estar conmigo mismo…”
Pues de verdad el hombre humano es un ser extraño,
dado a los calvarios de sus sagradas escrituras