Lourdes Aguilar

HIJO DEL OCÉANO I

-Es cierto, vivían aquí en Hawai, al principio ella venía cada año hasta dos o tres veces de vacaciones y aprendió con mucho esfuerzo a dominar la tabla, Aukai era hijo de nativos y fue quien le enseñó, él era muy rudo y callado, pero la gente lo admiraba porque no había quien le ganara en las competencias, se lo juro, nunca se le vio caer, su tabla era muy codiciada porque él mismo grabó a todo lo largo la figura de un kraken asegurando que nunca se partiría. Se dice que aprendió a caminar y a nadar al mismo tiempo y  recorrió las costas del archipiélago desde niño,  la tabla era su juguete inseparable y se quedaba en el mar aún cuando sus amiguitos ya se habían retirado a sus casas, sus pies permanecían firmemente equilibrados en ella o se acostaba a hacer piruetas y deslizarse sobre las olas, verlo desaparecer y reaparecer de los túneles dejaba sin aliento, subía y bajaba las crestas como las gaviotas suben y bajan las corrientes de aire, en los torneos seguía siendo un chiquillo divirtiéndose mientras los demás caían uno a uno por tratar de igualarlo, pocos podían con él, los más experimentados, los más audaces, sí, compitió muy joven en California, en Nazaré, en Zicatela y Teahupoo, ¿ha oído hablar de esas olas? no solamente son enormes sino peligrosas cortinas demoledoras sobre filosos arrecifes , exclusivas para veteranos, Aukai fue muy conocido en el medio por su extraordinaria capacidad de dominarlas pero inexplicablemente desdeñó la fama y fortuna que prometían sus hazañas, regresó a Maui y se hizo instructor, así conoció a Hilda, ella como todos admiró su destreza y a pesar de su carácter hosco quiso ser instruida, fue una aprendiz muy tenaz pero insegura, y durante un tiempo aceptaba los regaños de Aukai bajando la mirada, pero un día se cansó y empezó a responderle con fiereza,  le gritaba que si no le gustaba ser instructor debería renunciar y aislarse en un acantilado, entonces él respondía que estaba harto de enseñarle equilibrismo a una mula, así se la pasaban gritándose y empujándose en pleno mar,  pero una vez que ella dominó la tabla su trato fue diferente, la buscaba, bromeaban, la retaba no para ganarle aunque muchas veces se quedaba rezagado a propósito, sino para tenerla cerca, después las despedidas empezaron a ser largas y dolorosas hasta que un día Hilda llegó para quedarse trayendo lo indispensable en una maleta, se casaron al día siguiente y se fueron a vivir en una choza frente a la playa, así pasaron felices algunos años.

“¿Que cómo empezó? Pues como comienzan todas las historias de amor: una pareja de jóvenes se conocen, se siente atraídos pero ninguno lo quiere reconocer porque se sienten crecidos en mundos diferentes, sin embargo hay una fuerza que atrae y la curiosidad de conocer más del otro es inevitable, a veces uno quiere dominar, a veces otro quiere irse y no volver, pero al día siguiente ahí están ambos esperando impacientes la presencia del otro, dispuestos a soportarse y cuando se cansan de gritarse cualquier tontería con tal de no reconocer cuánta se necesitan, un día se acaban los gritos y empiezan las palabras,  cuando se agotan las palabras quedan las miradas, luego el bienestar de permanecer abrazados, después, sin saber cómo uno empieza a palpar el cuerpo del otro, a veces bajo las palmeras, otras adentro del mar, a veces sobre el suelo del jardín o en un colchón, la hora del día no importa, aunque nosotros preferíamos la oscuridad, porque así los dedos moldean a gusto las formas y cuando terminábamos de jugar, ya empapados de deseo y nuestra sangre agolpándose en las sienes como tambores redoblando intensamente por fin hacer de nuestros cuerpos uno solo,  es como estar sobre una tabla de surf montando olas enormes, tratar de mantener el equilibrio mientras nos arrastra, entonces uno sólo se concentra en el movimiento y el tamaño del agua cristalina y trata de abrirse camino en su superficie para no caer  ¿eh? Ah, sí, yo visitaba esas playas precisamente por sus olas, había estado en muchos lugares: zonas arqueológicas, ciudades de rascacielos e imponentes catedrales, grutas y cañones interminables, pero ver esas moles de agua formarse, alzarse varios metros y avanzar a tierra, como palmas de una mano gigante embistiendo, cruzándose y estrellándose violentamente en los acantilados, olas capaces de ahogar en cuestión de minutos fue para mí lo más impresionante que pudiera existir, eso me hizo desear estar sobre ellas en una tabla de surf, como esos otros que se paseaban por aquí y por allá, retándolas, a veces vencidos por su fuerza, aplastados y revolcados como si de un guijarro se tratara, y entre todos ellos un hombre de color marrón, el más osado, maniobrando con destreza su tabla, provisto de un sexto sentido para detectar la corriente que formaría la siguiente gran ola y adelantarse a sus movimientos, verlo crecer sobre ella y dominarla como si de un toro bravo se tratara era espectacular, ninguna lo volcaba, ninguna lo atrapaba, ninguna partió su tabla, él llegaba a las crestas, se deslizaba, cortaba, brincaba y caía exactamente donde quería, nadie podía igualarlo a ese grado, yo con  suerte tal vez conseguiría por lo menos pararme sobre una tabla, lo creí un presumido y ocultando mi admiración pagué por sus lecciones; recuerdo que de todos los instructores él era el más solicitado y no esperaba que aceptara enseñarme sus secretos, realmente no sé qué me vio, tal vez mi necedad y mi torpeza le hicieron gracia, y contra todos los pronósticos, muchos litros de agua tragada, varias tablas rotas y mi propia sorpresa aprendí el arte y también a quererlo porque no era quien yo me imaginé, detrás de ese carácter huraño había un ser tierno y noble, un hombre capaz de querer con la fuerza de esas corrientes y también de realizar proezas, no, no era vanidoso, era un hombre consciente de su extraordinaria capacidad y si no la usó para lucrar fue porque su destino era desaparecer en el mar, así, contrariando a mi muy presuntuosa familia quienes lo consideraban estúpido por no explotar su talento un día dejé la ciudad y vine para quedarme, nos casamos según las costumbres de su pueblo y aquí formé mi hogar”.

-Todo iba bien, ella perdió a su familia por seguirlo pero no le importó, para ellos dejaba un brillante futuro por vivir en un pueblo bárbaro y con un salvaje bueno únicamente para hacer maromas sobre una tabla de surf, nadie vino a visitarla tal vez porque estaban seguros de se trataba de un capricho pasajero y que regresaría cualquier día, pero no fue así, pasaron los años, Hilda se habituó a ser parte de la comunidad, vestía como ellos, se alimentaba como ellos, aprendió su lengua, sus costumbres, pero lo que realmente disfrutaba era surfear con su esposo y sentarse con él en la cima de los acantilados al atardecer o al amanecer, es ahí donde nos empezamos a dar cuenta de que algo andaba mal: ambos miraban el horizonte, la inmensidad pero de diferente manera, Aukai escudriñaba algo con deseo, Hilda miraba con temor y tristeza, en algún momento ya no soportaba más y estallaba en un llanto silencioso,  Aukai entonces la abrazaba susurrándole quién sabe qué, la besaba y la acurrucaba en sus piernas hasta que se calmaba, en algún momento se levantaban y regresaban a su choza.

“Es cierto, éramos muy felices, eso de que prefería el mar y me descuidaba no era cierto, él era así desde antes: el mar lo hechizaba y cuando lo contemplaba absorto no era cierto que me ignorara, yo podía comprender su arrobamiento frente a él, no era cuestión de preferencias, se sintió llamado a explorar su inmensidad, volver a sus orígenes, ser parte él nuevamente, yo podía presentir una separación y eso me entristecía, desde luego, pero el mar, como la tierra, siempre reclaman lo suyo ¿sabes? Hay campesinos que aún en la miseria no son capaces de abandonar la tierra donde descansan sus antepasados, donde ríen, lloran y se han alimentado desde niños, prefieren morirse de pie como un árbol antes de darle la espalda,  siempre con la dulce esperanza de descansar bajo su lecho, así es el mar: al mismo tiempo madre amorosa y padre severo, así sus hijos sienten desamparo si se alejan, los hay quienes toda su vida permanecen en sus orillas, sustentados por sus generosas aguas y arrullados por su rumor, hay otros como Aukai, quienes son tomados de la mano e internados en sus océanos como discípulos para algún día ser maestros, guardianes, trabajadores o poetas a su servicio, sí, la tierra, el mar, el aire y el fuego encarnan criaturas para convivir con nosotros y podamos atestiguar su existencia, de eso se dieron cuenta sus padres ¿sabes cómo? Su madre lo sostenía en brazos cuando apenas contaba unos meses de edad y estaba bañándolo en el mar, aquí las mujeres son muy precavidas porque la marea crece inesperadamente y al retroceder jala y se lleva lo que esté en él, eso fue lo que pasó, el bebé fue arrastrado y no lo podían encontrar, cuando lo lograron se sorprendieron de ver que no se había ahogado ni desmayado, al contrario, lo sacaron de agua riéndose, como si esos angustiosos minutos extraviado hubieran sido muy divertidos para él; estaba claro, Aukai tenía un vínculo especial con el mar, heredado de quién sabe cuál antepasado engendrado por el dios Kanaloa cuando fue expulsado al mundo terrenal, a esa conclusión llegaron aunque no se tuviera la certeza ya que hasta donde se recuerda, por generaciones sus antepasados fueron simples pescadores pero fieros guerreros si la ocasión lo ameritaba, así pues dicho vínculo se fortalecía mientras crecía, por eso él debió irse una mañana sabiéndose perdonado y comprendido por mí ¿acaso yo debía llorar y suplicarle que se quedara?¿acaso debía arrastrarme a sus pies y retenerlo? ¿acaso mi amor tan inmenso debía convertirse en una cadena para retenerlo hasta la muerte?¿cómo cortar ésas aletas que se extendían intrépidas de polo a polo? No, irse fue necesario, yo debía ser un aliciente y no un obstáculo en su camino, Aukai se despidió de mí después de una noche apasionada, en donde pude verlo como al mismísimo dios Mamala, ése que a veces se representa como tiburón o un cocodrilo, vi emerger los volcanes y correr su lava hacia el mar justo cuando éste se enamoró de la tormenta y se la llevó a las profundidades de donde nacieron las enormes olas que luego salieron a la superficie para  buscar a los hombres y les incitaran a dominarlas, sí, el surf ha existido desde entonces y esa noche lo recreábamos en su danza milenaria, él como mar, yo como tormenta, llenos de energía hasta quedar exhaustos, dormimos tal vez una hora antes del amanecer; nunca se había mostrado tan tierno como en esos últimos momentos juntos, me abrazó cantándome al oído su canción preferida, luego se alejó con la silenciosa promesa de volver, no mintió ni huyó como un vulgar cobarde, el mar lo llamó, por eso tomó su tabla de surf y se perdió en el horizonte a recorrer los siete mares y nadie más que yo volvió a saber de él.”

-Sus compañeros del trabajo fueron los primeros en notarlo, luego los parientes preocupados informaron a la guardia costera, patrullaron el mar toda la semana, exploraron las cuevas de los acantilados, se hicieron anuncios por radio y preguntaron en los poblados cercanos pero no dieron con él, tal vez si hubiera sido famoso fuera de Hawai hubiera sido más fácil, aún así los organizadores de los torneos ofrecieron una buena recompensa a quien aportara datos para encontrarlo, después de todo era el campeón indiscutible, el torpedo de Maui, su tabla era legendaria y cualquier experto pagaría una fortuna por ella, pero ninguna de las medidas adoptadas tuvo éxito, por su parte Hilda permanecía parca e indiferente a la desaparición, rumores hubo, no se imagina cuántos, se hablaba de una amante con hijos al otro lado de la isla, otros decían que tenía tratos desde hacía un tiempo con narcotraficantes y esa mañana lo esperaban en alta mar, otros juraban haber visto cuando lo introducían por la fuerza a una camioneta gris, otros más sugerían que había aceptado algún trato en secreto para competir en el extranjero adoptando otra nacionalidad, algún mal intencionado también creía que la misma Hilda lo había asesinado empujándolo desde el acantilado la noche anterior, ella por su parte no salía de su choza más que para ir a presenciar en silencio la puesta de sol, cuando le hablaban se le notaba triste y ausente, ya no participaba en las actividades del pueblo, se auto aisló, luego inventó esa historia absurda y se aferró a ella y ni usted logra hacerla entrar en razón.

 “Así fue como empezamos a comunicarnos, él me enviaba sus cartas en botellas , eso del teléfono y el intenet son demasiado modernos, ni sus padres ni yo necesitamos esos inventos con los que algún excéntrico podría seguir su ruta, Aukai siempre fue original, no era un ignorante como muchos piensan, su hosquedad era una forma de protegerse de los zalameros e inoportunos, él escribe en clave, en papel tipo pergamino que él mismo aprendió a hacer con algas en los acantilados, ahí hay grutas con petroglifos, él me enseñó a descifrarlos, leer esas cartas es sumergirse a un remolino que me lleva a recrear todo lo que está escrito, construir en mi mente los lugares descritos y escuchar de sus labios las respuestas a mis preguntas no formuladas, el último símbolo siempre es infinito, como su amor, es así mismo el punto final y principio de la siguiente carta ¿mayonesa? ¡qué chistoso! Nunca se le hubiera ocurrido enviarme un regalo en una botella de mayonesa de cinco kilos, lo importante son sus mensajes, esos que me puedo imaginar, cada una de sus cartas y cada una de las botellas es un regalo, eso de conservar objetos de todos los lugares visitados por él convertiría mi choza en un museo donde cualquiera vendría a importunarme inquiriendo acerca de las curiosidades, además tampoco está de gira turística como para andar enviando recuerditos, por eso envía sus cartas en jeroglíficos que solamente yo puedo descifrar, por aquí tengo algunos ¿ves? Durante siete años creamos nuestro propio código, tal vez presintiendo una lejanía física, ¿cada cuándo? Pues no sé, hace mucho tiempo que no llevo la cuenta de los días, yo sueño el arribo a la playa de la botella con su carta y debo salir temprano a esperarla porque podría llegar en cualquier momento, así recorro la costa desde el amanecer hasta que mis pasos me conducen exactamente al lugar indicado y miro el horizonte, nunca falla, tarde o temprano el reflejo del cristal premia mi paciencia; cada una de esas botellas encierra una nota diferente y cuando la última llegue yo podré tocar una hermosa melodía para recibirlo ¿y a mi que me importa si no hay testigos? Las cartas son sólo para mí y en ellas me hacía partícipe de sus aventuras, de su pasión, nuestro amor se mantiene intacto así.”