No lo soporto,
late demasiado.
He recibido un telegrama,
y parece una queja.
Abro la bandeja,
pulso por encima
de las palabras
que me explican
de qué va lo que contiene.
Entro en el texto y leo:
«Estoy hasta arriba de trabajo,
corto, —la sangre me llega a borbotones,
corto, —mis miocardios no dan abasto,
corto, —si no se pone remedio, corto,
—voy a reventar, corto y cambio».
Tras leerlo, con detenimiento,
miro a la nada y empiezo a pensar:
«¿Cuál puede ser la causa?¿hay algún
amor retozando por entre sus fibras?
¿Algún recuerdo de mujer
que pervierta las noches hasta ahora
tranquilas?¿Alguien que no acaba
de hacer las maletas porque ha decidido
hacer fonda continua en sus aledaños?
En la vorágine de estos pensamientos
me salta sobre la bandeja de entrada
otro mensaje, esta vez con letras rojas.
Con los dedos agarrotados, víctima
de un incipiente sobrecogimiento,
coloco el cursor por encima del enlace
y pincho; se abre en canal y dice:
«El avisador rojo de la cuenta atrás
ha saltado, corto —me quedan tres minutos
de vida, corto —si no emprendes el olvido
de este amor encallado, que solo sabe
lamentarse, voy a poner perdida de sangre
y carne toda la región torácica y te tocará
a ti limpiarla, corto y cambio.
Presa de la desesperación, el rostro rojo
de vergüenza y con un rictus amargo, borro
el mensaje hasta la papelera de reciclaje;
me asomo al balcón buscando acomodo
en alguna nube, implorando su comprensión,
mirando debajo por si en ese momento
estuviera pasando alguna y lanzarme en plancha,
acurrucarme de angustia entre los cristalitos
blancos que, al impacto del sol, se vuelven soles,
se proyectan con una incandescencia envidiable.
Continuo mirando hacia abajo, un quinto piso,
pero sin suerte; solo alcanzó a pasar una vecina,
saliendo del portal, profiriendo improperios.
Subo el pie derecho hasta la moldura
en forma de rosa de la barandilla...
No tengo el valor.
Solo me quedan mil kilómetros de desierto...