José Luis Barrientos León

Larga noche de insomnio

 

Me han abandonado los recuerdos,

el árbol no anhela redimir al sol en sus verdes copas,

las aguas del estanque no sueñan,

se han quedado sin reflejos de rostros blancos,

el mar pareciera que gime dolores para la luna creciente,

y el amor se ofende con ilusiones imposibles, que huyen sobre sus olas.

 

Es como si mis pies caminaran sobre vacías tinieblas,

y mi alma se extraviará en austeras simplezas,

que desvanecen el espíritu,

hasta evidenciar exasperantes sosiegos de fríos y olvidos.

 

Los sentidos me lastiman atrozmente,

la paz que aspiro troca su esencia,

 para convertirse en soledad,

Impertinente, colmada de amargos silencios,

como un vuelo de ave sin descanso ni refugio,

buscando reposar eternamente en una cima solemne,

anhelando la verdad inalcanzable.

 

He perdido el fuego de los días,

la flama incendiaria de la rebeldía y la juventud,

ayuna, ante los días opacos, de sombras y frío,

la oscuridad es resguardo para mi afecto olvidado,

como lago imperturbable de silencio y olvido,

la lluvia a olvidado su médula,

para convertirse en ceniza penitente de temores y muerte.

 

El ruido del extravió, arbitrario y violento,

deslumbra con sus destellos de frustración y misterio,

como iluminando altares para confundir los sentidos,

con su galope consecutivo de temor y de espanto,

Yo quisiera abandonar los recuerdos.

Yo quisiera no caminar entre nieblas.

Pero la noche se empeña en imponer su umbría.