Es hora de enterrar las ideas que no fructificaron,
las semillas que nunca brotaron y se perdieron en el olvido,
dejar que se hundan en la tierra, en el pasado enterradas,
y abrir espacio en nuestro ser para lo nuevo, para lo vivido.
Desechemos los sueños que no lograron florecer,
aquellas esperanzas que se marchitaron sin alcanzar el sol,
dejemos que el viento se lleve el pesar de lo que pudo ser,
y abramos las puertas a horizontes más llenos de arrebol.
Aceptemos que algunas ideas no encontraron su cauce,
y permitamos que se desvanezcan en el río del tiempo,
así podremos avanzar sin la carga de un falso enlace,
y descubrir caminos nuevos, libres de cualquier lamento.
No hay necesidad de aferrarnos a lo que no germinó,
a las ilusiones que se desvanecieron en la niebla,
es tiempo de soltar, de dejar atrás lo que no floreció,
y abrazar con valentía la oportunidad que se abre en la senda.
Dejemos que las ideas yacen en su sepultura,
un lugar donde descansan las posibilidades pasadas,
y agradezcamos por las lecciones que nos dejaron su estructura,
mientras exploramos horizontes frescos y nuevas jornadas.
Es hora de enterrar las ideas que nunca vieron la luz,
de soltar los anhelos que no se materializaron,
y abrirnos a la magia de lo nuevo, de lo que seduce,
con la certeza de que en el presente, nuestros sueños renacerán plenos.