lorenzo salamanca garcia

ESTACIONES


Mi vivencia de las estaciones semeja a la de un libro, que no he concluido nunca.
De pequeño madrugaba para coger un autobus que salia de la plaza del pueblo, donde la tarde anterior corria y gritaba. Paraba en cada pueblo y, sin prisas, llegaba a la hora prevista al lugar elegido.
De joven llegue a hacer noche en alguna de ellas como alma inquieta que buscara descanso.
Durante años creí que podia prescindir de ellas y viajé metido en la concha de mi coche o de quien me llevara, ajeno a este devenir de idas y vueltas.
Ahora,de adulto herido, he vuelto a los arcenes, a ver el discurrir de maletas, de personas, ajenas unas a otras, que caminan mientras hablan por telefono, encadenando la
 soledad y minimizando la espera.
Hay besos, apretones de manos: \"ten buen viaje, vuelve pronto, luego hablamos\". Todo en ellas es transito y ausencia. 
Sentado en un banco, respirar se acompasa a los rugidos de motores, que muchos viajeros, algo traspuestos, utilizan para rebajar su ansiedad, como si fueran cuencos tibetanos.
Un grupo de pasajeros, yo entre ellos, hacen cola  a la puerta de un autobus, cual presos huyendo de la carcel de la monotonía. Saben que en su destino el horizonte se irá aproximando, igual que si tocaran el sol el atardecer de la noche de las hogueras.
Durante el trayecto, con la mente tranquila, los miedos se van disipando, igual que el vaho de los cristales.
En ellas tambien hay momentos de dicha, en que pareciera que el tiempo corre mas deprisa:
Si el viaje es compartido o sabes que alguien te espera  cuando llegues. Ese sí que es un autentico Nirvana:
\" Estoy aquí. Tranquilo. Estaba esperandote\"