Demostrado su absentismo,
no puede sin embargo, suscitar
en ti, más que apatía y asco,
todo aquello que su ausencia obligada,
deja como legado: ruinas de una civilización
que, en su interior, nació muerta y decapitada,
ceniza sobre un cenicero que no te corresponde
obviar. Miras, entonces, a tu alrededor,
intentando encontrar un motivo de reproche
a tanta insostenible incuria, y no hallas sino
muy al contrario, razones para sustentarla-
extraño sería que aquí, un cráneo contuviera
algo más que muérdago o estúpidas guirnaldas-.
No fue el tuyo,
el vulgar canto del vate oracular, ni el trino desconcertante
del poeta avaricioso. Mas te regocijas en ello, conforme
a derecho propio, y resulta que te ofrecen agua,
para beber, y la rechazas, si procede de sus fuentes.
Y amas como todos, lo que todos aman, por la fuerza
de un odio que en ti crece, mas sin dirección ni coordenadas.
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