José Luis Galarza

Talan pueblo y memoria

Los colores desgastados por la ansiedad

expelen un perfume que retengo.

Exploro las reacciones de lo cercano.

La verdad, disfruto, de la explosión en mí,

metamorfosis plañidas e imprevistas,

la comodidad en la transformación

y la extrañeza de lo real que desnudan

el exilio seductor de la quietud

y de la ilusión del movimiento.

Insolación, páramo y sonidos.

Hospedo una palabra que dobla espigas

y dora el hogar lejano

tejido de chapa, madera y sol.

El camino salpica sombras y retrata gallinas

cruzando calles y un ovejero alemán

emerge de la cuneta y me acompaña.

El viejo Argos, perro imbatible,

en la carroza del viento

golpea enérgico la tierra

para elevarse en el polvo.

Polvo y mosquitos retratan el pueblo.

Los ladridos muerden la atmósfera

y en el camino recupero

las bestias solitarias de la lomada.

Ecos del horizonte

empuñando otro pueblo virgen

confundido con los árboles autóctonos,

soñados por la tierra y el atardecer.

Los murmullos, fantasmas del monte,

secundan el pensamiento

de un joven irreal,

cuya figura endeble adelgaza

y ya pertenece a la ausencia.

Los fantasmas hacen dedo en la ruta,

refractados por el sol, y la lejanía.

Fabrico un pueblo que aturde

y extravía los murmullos del espacio

con el temblor de la vegetación.

Óleo de pueblo deshecho.

Caen árboles a causa del olvido.

Caen árboles de la vida de los montes.

Talan pueblo y memoria del seno del monte.

 

©JLGalarza