José Luis Barrientos León

Un día de invierno

 

El tiempo pasa,

el reloj toca insistentemente su compás,

mientras intento descodificar cada instante,

como si el tiempo del invierno,

intuye una decepción en el cielo,

que hace brotar su llanto frío,

anegando la tierra, ante la incapacidad,

de mis razonamientos cementados,

para comprender la existencia,

la sencillez de la vida,

la simplicidad del tiempo.

 

Hoy es día de invierno,

la tierra acogedora gemina esperanzas,

porque conoce el lenguaje del agua,

y acepta la invitación a su sosiego,

el frío tan solo es misterio,

y el viento sopla cobijando los sentidos,

embriagando de ternuras los capullos y las flores,

como si su soplo fluyera por el agujero de la flauta,

creando música que arrulla los árboles.

 

Mis sueños de hombre transmutan en alas azules,

a capullos y vuelos de mariposas,

copulando las nubes en una entrega ingenua,

fecundando el silencio,

 revoloteando sobre soledades, delgadas, sublimes,

como la brisa emancipada que acaricia las mejillas.

 

En este día de invierno,

mis manos marchitas acarician la greda,

para hacer brotar jardines de imaginación,

fecundando la semilla que duerme bajo la tierra,

aún joven y rebelde, aún lozana y aventurera,

dispuesta a reverdecer, aunque el sol se acueste

y gobierne la noche, en su oquedad de muerte

de mutismo y abandono.

 

Llueve y mis alas azules revolotean entre quimeras,

a veces dormidas en la tumba de un pasado implacable,

a veces flotando entre nubes constantes de ilusiones y amores.

La lluvia que rocía mi rostro se disipa entre silencios,

enlutando recuerdos, reavivando deseos,

con el viento que sopla me empino a la cima,

oteando el horizonte para contemplar a mi amada,

que entre brisas y brumas ha engendrado una estrella.