Hoy es jueves. Los feligreses cumplen con el sacramento de la confesión. Desde las 9 a las 10 horas de la mañana.
Ya pasaron más de veinte mujeres… El cura pensaba en sus lecturas paganas del libro que trata sobre el árbol cósmico. Y miraba el reloj…
Le daba la bendición y elegía entre estas penitencias: Oraciones. Algunas ofrendas, obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones voluntarias, sacrificios, y sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que debemos llevar.
Todos los pecadores eran muy ingenuos.
La mujer se acercó al confesionario y se arrodilló. Dijo con voz tenue. -Ave María Purísima.
El cura respondió sin mirarla:
-Sin pecado concebida.
Ella agregó: -Perdóneme, padre, porque he pecado.
Este es mi pecado: -…Maté a un hombre.
El sacerdote se inclinó más sobre su pecho, en acto de contrición… Y no la miró…
Pero dejó de pensar en sus libros.
Su formación en el Seminario le mandó señales de alerta.
Las retahílas eran rezadas por el grupo de devotas que se reunían todas las mañanas en la Iglesia.
Sus voces llenaban todos los espacios. Menos el de la mujer que seguía mirando los baldosones de mármol brillante.
Llegó entonces el rezo del cuarto Misterio del rosario.
Más fuerte emprendieron las mujeres sus voces. Con ímpetu. Con decisión se sucedían las oraciones y las letanías.
El cura estaba indeciso. Le preguntaba o dejaba que ella hablara por si misma… Pasaban los minutos… Y no la miró.
Entonces agregó: -Dígame, hija mía…
La muchacha de unos treinta y pico de años, miró el techo y sin inmutarse, suspiró. Con uno hilo de voz le susurró:
-Lo maté. Y no estoy arrepentida. ¿Cuál es mi penitencia?-
El cura se acomodó en la silla y la increpó con voz firme, tapándose la cara:
-Si no te arrepientes y te entregas a la policía, no puedo darte la absolución…
Más fuerte emprendieron las mujeres sus voces. Con ímpetu. Con decisión se sucedían las oraciones y las letanías.
La mujer se levantó, de mala gana se persignó y encaminó sus pasos hacia la salida.
El cura indignado se paró, salió del confesionario y cuando emprendía la persecución contra la feligresa asesina, para ver quién era, para saber a quién estaba confesando, las mujeres rezadoras, se le acercaron y le comentaron, con mucho dolor:
-¡Pobre chica! ¿Vio Padre?... Se murió el papá….
Curiosas le preguntaron: -¿Alguien se lo contó?...
Y agregaron: -Padre, le falta media hora para confesarnos… Estamos esperando…
Se escuchaban más fuerte las oraciones.
El cura volvió sobre sus pasos…
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