Bendigo la memoria que se anega
con todos los recuerdos como locos
si se me van los brazos a la puerta
para abrazar el sueño cuando llega
con una muerte dulce en los andares
a besarme la frente y la conciencia.
Entonces me despojo de esta vida
y me entrego al amor de los recuerdos
porque vienen las aves con su canto
a libarme la sangre lentamente
y el sonido del agua me adormece
con su canción de invierno en los tejados.
Bendigo la memoria solidaria
con toda su indulgencia derramada
que inventa en los paisajes de los cuadros
un griterío de niños por las calles
que juegan a quedarse para siempre
viviendo en la madeja de los sueños.
Entonces yo no sé como volverme
y me pierdo en los ojos de mi madre,
los bolsillos del alma rebosantes
de todas las ternuras desgastadas
con las que quiso siempre protegerme.
Bendigo la memoria que me ofrece
este sol de la infancia repartido,
esta ingenua tristeza del pasado
y esta imagen de lluvia en las paredes
que aminora los golpes minerales
y disculpa las horas a la fuerza
que el destino pretende que sumemos.