Existe un jardín muy hermoso, con las flores más bellas, que perfuman mis días.
Lugar sagrado en donde hay colores, brisa, nubes y aromas. Sabores y cantos.
Paz, alegría y amor.
Dulce refugio para los enamorados. Instancia de relajación y tranquilidad para contemplar. Disfrutar y suspirar.
Lugar que gracias a ti comenzó a germinar. Pequeñas semillas que fueron cayendo y que con mis lágrimas nacieron sus raíces. Semillas de bondad. Semillas de ternura. Semillas de inocencia. De pasión, de complicidad. De bienestar.
Que crecieron y florecieron.
Luciendo pétalos hermosos como abrazos. Colores bonitos como el rosa de tus labios. Aromas únicos, semejantes al respirar junto a tu aliento.
Y hay ríos que en su murmullo se escuchan nuestras risas y al acercar mi mano, su reflejo pareciera que es la mano tuya que se acerca para acariciarme.
Este jardín cada vez crece más y más hermoso. Con árboles de diferentes frutos, que al probarlos, cada uno me recuerda a un día junto a ti. Son tan deliciosos.
Es lo más bello que ha crecido en mi interior. Lo cuido tanto. Lo quiero, lo amo. Lo disfruto demasiado. Y es mío.
Mío nada más.
Alguna vez te llevé hacia el. Nos adentramos, rodamos felicidades en la hierba. Corrimos descalzos. Disfrutemos los rayos de sol en nuestros rostros. Escuchamos los cantos de las aves. Mientras nuestras miradas se encontraban y nuestras bocas se sonreían.
Luego nos abrazabamos y no importaba más que ese sentimiento de amor al estar juntos.
Pero luego algo ocurría: maltratabas mis rosas. Te daba las mejores frutas y no te las comías. Pisabas sin piedad las plantitas que apenas iban naciendo. Y varias veces me arrojaste a las espinas.
Así que preferí ya no mostrarte más este jardín.
El jardín que ya solo es para mí. En el que aún se aspira tu perfume. En el que a veces todavía pronuncio tu nombre. En el que recostada en las noches, miro las estrellas y quisiera que estuvieras conmigo.