DE OCRES Y AMARILLOS
se ilumina tu rostro
como paisaje de entretiempo
que lanza al aire
el tañer de sus hojas.
Dulcemente vencida
la voz con que me nombras,
plácidamente tierno
el asombrado gesto
de tu mano en el aire.
Ninguna brusquedad,
ningún apremio.
La lentitud desgrana
su luz de atardecida
en el módico espacio
que antecede al abrazo.