José Luis Galarza

Voló su cabeza

Abarcar y soportar el paisaje inescrutable
habitado por sombras hablando de miedo
Reunidas en el horror sin retorno susurran
con un lamento infinito y puro derrumbado
y la traición borrosa del aire gélido
que nocturno y prodigio petrifica.
El instante previo, el postrero aliento
desembolsa la emoción contenida,
desangra el vértigo de la piel,
el golpe en la presa expuso las venas
resistiendo el hambre ilimitada
engrosando las arterias.
Los disparos y gritos no le pertenecen,
no quiere retener en su red nada de eso.
Los estampidos recorren lejanos,
el vapor de encuentros efímeros
recrean la trayectoria de las balas.
Erguida tu belleza, no liquida las imágenes,
senderos de la ciudad, ríos internos
sumergen en la desesperación,
conmueve todo, el tacto y la paz
liberan la percepción.
El roce del horror es repulsivo.
No puede pedir ayuda porque no hace pie,
ni puede gritar, sólo puede producir un lamento
de animal malherido, un extraño bufido
propaga cierto pavor ficticio en la ciudad.
El frío es más intenso,
cala los huesos la muerte
el anuncio de la muerte.
Un huésped deposita huevos en los subterráneos
en los rincones desvelados de las pesadillas.
El niño tiene el único destino,
lo golpea la calle con desprecio y lo tira abajo,
sabe levantarse porque sólo sabe eso
pero está en el piso y es el próximo.
¿Tomarle el pulso? ¿Para qué?
Está en el piso, es más profundo que caer.
Su abismo es una caverna en su cerebro,
voló su cabeza hace tres años,
hace tres años que sólo posterga este momento.
Entrega esta certidumbre en los actos
y no hay dudas de su regreso al suelo.
Si le tomo el pulso el diagnóstico mentirá,
dirá que está vivo sin reparar en el resto
ni en la gravedad de la materia.

©JLGalarza