Mi mirada se dirige
al abandono de la tarde
y persigue al arrebol distante
que huye cual fantasma.
La noche vino
con su manto mortuorio
borrando imperceptiblemente
la estética del color,
y la soledad me acompaña
otro día hasta mi glacial lecho
de lobo sideral.
El céfiro gira
trizando el silencio
con aterciopelada suavidad,
mientras la hechicera Luna
me dirige su sonrisa
de coqueta milenaria.
Tarde, noche, luna,
soledad, silencio;
y un beso inmaculado
me envuelve con tibieza
hasta alcanzar el alba.