Le llamaron, loco, visionario, testarudo.
Abandonó la comodidad de una Europa, renasiente,
para sufrir las vicisitudes de un océano temible,
de fronteras lejanas, tierras de nadie.
En su locura, aventura o visión, descubrió,
sin el pensarlo, un tercer mundo.
Alguien tenía que atreverse.
Fueron tres los escogidos,
era una misión suicida.
En una nave espacial embarcarse
sin posibilidad alguna,
de pisar por vez primera la luna.
Alguien tenía que arriesgarse.
No pocos, fueron un montón.
los que, sin medir consecuencias;
se arriesgaron a navegar en las aguas
profundas y turbulentas
de su insondable corazón.
Algunos naufragaron en su intento,
otros se ahogaron sin remedio.
Alguien tenía que intentarlo.
No pocos, fueron muchos, los que, sin temor alguno,
se embarcaron en la peligrosa aventura
de conquistar su misterioso e impenetrable mundo.
Algunos, se extraviaron y no se supo más de ellos.
Otros, lograron llegar, pero fueron exterminadas
sus ilusiones, derrotados regresaron
sin poder conquistarla.
Alguien tenía que perder.
No hubo más nadie, fui yo. El que conquistó
su misterioso e impenetrable mundo.
El que nunca dio su brazo a torcer,
el que fue galardonado con su querer;
el que alejó de ella, su destino oscuro.
Alguien tenía que conquistarla.
Nadie más pudo, solo yo. Quién atravesó
sus aguas profundas y turbulentas.
Quién puso huella en sus frías arenas,
clavando la bandera de mi amor;
en su insondable corazón.
Alguien tenía que amarla.