Lea Nieves Torres

Los Cuervos

Mi mamá dice que, nosotros, no somos de aquí. Nosotros: mi abuelo, mi abuela, que viven en la calle siguiente, con mis dos primos; los hermanos de mi mamá,  viven todos en esta casa. Antes todos vivíamos en el sur. Dice mi mamá que mi papá, del que solo tiene una foto en blanco y negro, es de por allá. Díce que yo no me acuerdo porque era muy pequeñita, solo tenía un añito y que cómo me voy a acordar del pueblo y de mi papá. Dice también que el sur es muy amañador, que las calles son pavimentadas, no como las de aquí, que son calles de arcilla roja, que se pega a los zapatos y deja la ropa amarilla; díce también que allá hay agua limpia, no como la de aquí, que la traen los carrotanques desde los ríos que quedan por allá lejos.

A mí me gusta ir al río con mi mamá y unas primas de ella que viven en la calle anterior. El otro día que fuimos ví unos pájaros negros, muy grandes, dando vueltas en el cielo y le pregunté a mi mamá: ¿esos pájaros son gallinas voladoras, como las que hay donde mamá Josefina? _No, contestó esos son gallinazos. Las primas de mi mamá decían que podía haber algún caballo muerto por ahí cerca, pero que era raro, porque no se sentía el olor y siguieron lavando tranquilas, mientras yo miraba los pececitos de colores que salían de debajo de las piedras a comer jabón. Ya casi acabamos de lavar, dijo Alcira, una de las primas de mi mamá.

_ Ya son las once- Aquí tengo todos los ingredientes del almuerzo_ dijo la tía Lola- y caminó hasta la playa del río, dónde guardaban la ropa de salir que se habían quitado de encima para poder lavar. Era como la hora del recreo. Carmen, otra de las primas de mi mamá, se quitó la licra que la protegía de los zancudos. Entre todas, buscaron leña seca, encendieron el fogón, hecho con tres piedras de regular tamaño, acomodaron los ingredientes del sancocho, montaron la olla, que taparon cuidadosamente.La tía Carmen rajo una caja de bocadillos beleños que partió con un raspayuca, repartió el manjar, encendió el radio de pilas y preguntó que quién quería irse a echar un chapuzón al charco de abajo,  a falta de agua, dijo que iría a tomar agua limpia  porque el agua tenía corriente.

Los gallinazos seguían dando vueltas en el cielo. La tía Lola atizaba el  fogón de tres piedras donde las llamas crepitaban a todo vapor y el olor del sancocho bien condimentado se sentía con el vuelo del viento. De repente se escucharon unos gritos agudos y lastimeros. Era la tía Carmen, mi mamá y las otras tres tías se alarmaron.

¿Qué pasó? _dijeron.

_Los gallinazos tenían razón_dijo- donde se parte el río hay una mujer muerta.

Hasta ahí llegó la lavada y el sancocho. Las cinco mujeres recogieron sus mechas, las empacaron con rapidez en las grandes bolsas negras en que las habían traído y yo, debajo de mi paraguas de flores, las miraba con ojos aterrorizados.

_¿Y el Sancocho? _preguntó la tía Lola-

¡Qué sancocho ni qué ocho cuartos! _contestaron mi mamá y mis otras tías.