La tarde
se desborda
y se detiene
en mi ventana.
Camino
y me interno
en su luz, en esa
lengua profunda
que me sorbe con
su encanto.
¿Es una salida
o una entrada?
No importa.
Obedezco
al llamado,
al origen.
Miles
de recuerdos
avanzan
con las teas
encendidas
y de un cielo
inventado
caen voces
impregnadas
de tiempo.
Entre más
veo,
más siglos
hay colgando
entre mis
ojos.
Oh tiempo,
te deslizas
con tu voz de
trueno,
con tus manos
de serpiente,
con tus pasos
de gigante y
tu lluvia de
silencios.
A través del
instante
se asoma
el rostro del
futuro,
me obliga a
mirarlo
a sus ojos sin
fondo,
a descifrar los
vericuetos
de un destino
trazado,
y en el intento
me descubro en
un abismo:
mi propia mirada.
Hay circuitos
repetidos
en todos mis
días, donde
un laberinto
se edifica y se hunde,
se hunde y se edifica,
y al compás de
un latir
insistente
varios hilos se
abrazan al
tiempo.
Soy
una claridad
deshabitada
buscando
a tientas,
cazando
el futuro,
adivinando
la claridad.
La ceguera es
insistente,
la mirada también.
Me entrego a
las manos
de quien
teje las horas
y en un soplo
undívago
me abandono,
semejante
a un navío
a punto de
naufragar.
¿Qué sentido
tiene mirar
un futuro
que no tiene
fondo?
Y al instante
ese fondo
responde con
una letanía
de blancura.
Veo la luz y
veo los
hilos que
me van tejiendo,
pero no veo
el relámpago
del futuro.
Soy una bestia
sin patria
en la simetría del
tiempo,
voy rugiendo
por los muros
del abismo
implorando acertar
el siguiente paso,
pero un eco
sempiterno se
adhiere a mi cuerpo
y entorpece mi
andar.
Hay una
muralla que
me mira con sus
ojos
de dragón angelical.
No se mueve, pero
respira.
No me ataca, pero
me advierte que
no dé un paso más.
En su piel
laten
escamas con
la furia de
las manecillas.
En su interior
se observan
todos los rezos,
todas las risas,
todos los llantos
que hubo en
la vida.
Hay telarañas
en mis
recuerdos,
intento asir cada
hebra,
y al hacerlo se
deshebra una
manta cargada de
infinito.
De pie,
bajo la noche,
en el
puente de los
tiempos
te recuerdo,
oh niñez,
oh juventud,
oh madurez.
Ahora
hay coros
ululando
en la urdimbre
del tiempo.
La vida
es una caída
libre:
en el trayecto se
aviva
y en la tumba
estalla.
Y heme aquí,
orando,
en el
sagrado
muro del
silencio.
Y mientras
la tarde se
despetala
en trozos de
fuego,
el reloj
teje sueños de
aire.
Después
un manto
flota entre mi
futuro y
mi frente.
Ya solo
queda el
recuerdo,
el origen,
el purísimo
soplo del
tiempo.