J. Moz

Tiempo adentro

La tarde

se desborda

y se detiene

en mi ventana.

Camino

y me interno

en su luz, en esa

lengua profunda

que me sorbe con

su encanto.

¿Es una salida

o una entrada?

No importa.

Obedezco

al llamado,

al origen.

 

Miles

de recuerdos

avanzan

con las teas

encendidas

y de un cielo

inventado

caen voces

impregnadas

de tiempo.

Entre más

veo,

más siglos

hay colgando

entre mis

ojos.

Oh tiempo,

te deslizas

con tu voz de

trueno,

con tus manos

de serpiente,

con tus pasos

de gigante y

tu lluvia de

silencios.

 

A través del

instante

se asoma

el rostro del

futuro,

me obliga a

mirarlo

a sus ojos sin

fondo,

a descifrar los

vericuetos

de un destino

trazado,

y en el intento

me descubro en

un abismo:

mi propia mirada.

 

Hay circuitos

repetidos

en todos mis

días, donde

un laberinto

se edifica y se hunde,

se hunde y se edifica,

y al compás de

un latir

insistente

varios hilos se

abrazan al

tiempo.

Soy

una claridad

deshabitada

buscando

a tientas,

cazando

el futuro,

adivinando

la claridad.

 

La ceguera es

insistente,

la mirada también.

Me entrego a

las manos

de quien

teje las horas

y en un soplo

undívago

me abandono,

semejante

a un navío

a punto de

naufragar.

 

¿Qué sentido

tiene mirar

un futuro

que no tiene

fondo?

Y al instante

ese fondo

responde con

una letanía

de blancura.

Veo la luz y

veo los

hilos que

me van tejiendo,

pero no veo

el relámpago

del futuro.

 

Soy una bestia

sin patria

en la simetría del

tiempo,

voy rugiendo

por los muros

del abismo

implorando acertar

el siguiente paso,

pero un eco

sempiterno se

adhiere a mi cuerpo

y entorpece mi

andar.

 

Hay una

muralla que

me mira con sus

ojos

de dragón angelical.

No se mueve, pero

respira.

No me ataca, pero

me advierte que

no dé un paso más.

En su piel

laten

escamas con

la furia de

las manecillas.

En su interior

se observan

todos los rezos,

todas las risas,

todos los llantos

que hubo en

la vida.

 

Hay telarañas

en mis

recuerdos,

intento asir cada

hebra,

y al hacerlo se

deshebra una

manta cargada de

infinito.

 

De pie,

bajo la noche,

en el

puente de los

tiempos

te recuerdo,

oh niñez,

oh juventud,

oh madurez.

Ahora

hay coros

ululando

en la urdimbre

del tiempo.

La vida

es una caída

libre:

en el trayecto se

aviva

y en la tumba

estalla.

Y heme aquí,

orando,

en el

sagrado

muro del

silencio.

 

Y mientras

la tarde se

despetala

en trozos de

fuego,

el reloj

teje sueños de

aire.

Después

un manto

flota entre mi

futuro y

mi frente.

Ya solo

queda el

recuerdo,

el origen,

el purísimo

soplo del

tiempo.