Eloy Mondragón

A MI PADRE

Sentado en mi viejo y mullido sillón de cuero marrón, 
la lluvia, yo, y una copa de tinto, con mi golpeado corazón preñado de una nostalgia infinita, en un invierno atroz dentro de un alma que sostiene nubes avernales.
Gotas frías resbalan por el cristal de mi ventana, como reclamo mudo, por no verte nunca las montañas azules llorar. Eso, padre mío, pertenece a la herencia que fluye a torrentes en la sangre Mondragón que un día me regalaste. 
Tu ejemplo de honradez, dignidad y pulcritud, de hombre probo y valentía a prueba de adversidades, ha dejado buena marca en mi ser. 
Hoy siento tu espíritu do quiera que vaya, aunque no te puedan mis ojos mirar. 
Tanta historia que escribimos juntos, pero ahora me toca seguir pluma en ristre, hasta que para siempre se apague mi sol y se cierre, con broche blanquecino, el libro de mi efímera pero muy convulsa vida. 
Pronto, mi viejo, podremos caminar nuevamente juntos, pero en un paraiso de infinitos valles inimaginables, amenizados con el trino de fantásticas y coloridas aves que armonizan entre sutiles árboles de niebla... allá, en el extenso lienzo que Dios ha pintado con sus Divinas Manos para las almas buenas.