Alberto Escobar

No en mí

 

Una gota más una gota 
no son dos gotas, 
es una más grande, 
y rodará hasta el mar.

 


No en mí.
En mí no existe,
existe fuera de mí.
Cada vivencia es una gota,
cada gota más otra, más otra
van colmando el vaso,
van haciendo río y el río,
ahogándose, mira al mar
con anhelo, con deseo, fruición
de llegada, de verterse.
Esa desembocadura, 
ese fin que sugiero,
está en ti, en el otro,
fuera, porque yo,
que soy paloma en manos
de un halcón que viene,
no seré cuando este, veloz,
marque su pico sobre mi carne
y haga definitiva diana.
Acabo de vivir la muerte,
no en mí —que en mí no sé 
cómo se vive— sino en unas fotos,
en el seno de una alegría
que he perdido, que pertenece
a otro, a otra, y a la que ya —
definitiva, postrera— no pertenezco. 
Ella vive en unas fotos
que estoy mirando, ahora, y muero.
Muero como muerta es la flor
aplastada contra las hojas amarillas
de un libro dejado al polvo,
muero por que esa alegría, vigente,
me está vedada, quedó atrás,
como queda un arcoíris sin lluvia,
que va borrándose de un cielo seco
dejando cierto regusto a derrota.
Pienso en que la muerte es vida,
que vivo en ella desde el alba,
desde que se encendió mi primera luz,
que pasar es dejar atrás, sin vida,
en un cajón que abres cuando el alma
se cae, o cuando llora tu diaria alegría.
Ocurre que, cuando algo muere y queda
vivo dentro, palpitando todavía, sucede
un desajuste, dos piezas que no encajan,
dos resortes antagónicos, agua y aceite. 
Cuando la fibra se revela y no reconoce
la pérdida que la mente sí, una alerta salta, 
un sentimiento de desolación se extiende 
por sobre una estancia que antes era vergel.
Ocurre que el corazón es lento. Es cierto
que es un sismógrafo que registra el pulso
de la vida, y que si las agujas con cuya tinta
se expresa quedan encalladas, impotentes,
que ni hacia atrás ni hacia delante, el papel
donde se dibuja ese sismograma, de donde
se extrae su sustancia, queda inútil, rasgado
por las mismas agujas que lo vieron nacer,
y así el corazón se convierte en obstáculo
a la muerte, a un olvido tan necesario como
es valdío persistir en lo que debe marcharse, 
y que conduce a un callejón si salida. 
Mi mente es timón, sí, pero timonear
en un mar proceloso se hace en ocasiones
odiseico, y el corazón es la peor de las sirenas.
Sí, Odiseo sería mente y las sirenas corazón,
y la mente, por sí sola, no puede con él,
necesita de la ayuda del cerumen en los oídos
y de las maromas sobre el mástil para resistir
la fuerza descomunal que el corazón manda, 
sin sentido sí, porque si algo muere es ocioso
quererlo, es insensato que siga viviendo en ti. 
No en mí —como decía de inicio—,
no para mí, porque cuando ella es yo ya no. 
P.D. Todo ha sido al ver unas fotos en FB
de alguien...