I
Titánica espina del coro
rasga la piel de la estrella,
suave tormento sonoro
invade carmín con su huella.
Tiembla con furia su nido,
al compás de la fina espuma,
cayendo como ángel caído
que sutil en el aire se esfuma.
Se agita el corcel que huye
por las crines de la flama,
como el niño que intuye
una sombra entre su cama.
Que grite el inmóvil anciano.
Que mueva sus viles huesos.
Que estire su eterna mano.
Que abra sus ojos presos.
El mítico héroe dormido,
airado en pleno combate,
exige con aura de ruido
un suculento rescate.
Enorme brota la jueza
con la espada en la boca,
contando cada pieza
lanzada como una roca.
Y rugiendo salta un felino
enredado en pleno duelo,
oponiendo a un dulce trino
cuya fuerza cae del cielo.
Se retuerce negra la entraña
reptando por infinito muro,
mientras se teje la gran hazaña
que salvará nuestro futuro.
Ay de la tétrica chispa
que montada en el astro
se transforma y se crispa
frente al vil abuelastro.
Ay del agónico aúllo
que señalado por el dedo
se vierte en profano mascullo
destruyendo el sacro viñedo.
Ay de la eterna blancura
que roída por sus alas
se confunde de tan pura
bajo el trueno de bengalas.
II
¿Qué orco es el que pende
a través de dicho viaje
ignorando si desciende?
¿Qué vuelo, qué plumaje,
qué impulso movería
hasta dejar en el éter un tatuaje?
Con las tropas de arquería
y con el sino de una santa,
mi legión atacaría
hasta herir cada garganta.
¿Y qué de las doncellas,
ya sin tiara y sin manta,
ya con débiles huellas,
que frente a tanta muerte
perderían lo bellas?
He ahí la muralla y su fuerte,
colosal en la llanura,
repleto de luz y suerte.
He ahí el ojo que captura
en las garras de la cumbre
sin importar la fuerza ni la altura.
He ahí el grito con su lumbre,
ruín, violento y maltrecho,
vomitando su deslumbre.
¿Y qué tanto hay en mi pecho,
que provoca tal sacudida?
¿Por qué se cimbra mi techo?
¿Por qué no frena mi brida?
Ya vislumbro la descarga
que perseguirá cada vida,
yelmo, lanza y adarga,
fúrico trote violento,
al compás de la era que amarga.
Hados de oscuro aliento
amarran con profano hilo
el rumbo de lo sangriento.
Dioses de áureo filo
tallan la piel sagrada
bajo el influjo del sigilo.
Hombres de fiel espada
rescatan la eterna llave
liberando a la bienamada.
He ahí la insigne ave
obedeciendo las misivas
y guiando a cada nave.
He ahí las liras nativas
abandonando toda lanza
y floreciendo siempre altivas.
¿Cuándo inició la danza
que al destino bendice?
Ahora el tris de la bonanza
es lo que el oráculo predice.
III
Orcos, hombres, decanos,
a través de la memoria.
Dioses, bestias, villanos,
ensalzados de victoria.
Pórtico, senda, puente,
dominados por la euforia.
Alta estrella demente
retiembla sobre la mina
y revienta la sacra fuente
dejando el aura cetrina.
¡Invoco a los dioses que ordenan!
¡Rechazo al que todo lo arruina!
Que purguen lo que condenan.
Que olviden sus represiones.
A mano limpia las armas suenan.
¡Invoco a los dragones!
¡Rechazo al que reprende!
Que se abran los corazones.
Que duerma el eterno duende.
¿Dónde la chispa que clarea?
¿Cuándo el reloj que suspende?
¡Invoco a la diosa que florea!
¡Rechazo a la tétrica silla!
Que huya la rabia que asquea.
Que se apague toda rencilla.
¿Dónde las níveas alas?
¿Cuándo la vil astilla?
IV
Círculo de canas
en el ático del cielo
llora loas profanas.
Hondo baja el anzuelo
a la corona de su alteza
hasta yacer en el suelo.
¿Y dónde la grandeza
del que marca la hora
mientras teme y reza?
Álgida la viva aurora
camina entre la gente
donde Dios aflora.
Se levanta el tridente
que a los orcos inquieta
al son del hierro batiente.
Que vibre la llama violeta
a la par de los seres sagrados
mientras bulla la sacra pileta.
Que los miedos infundados
por caóticos reptiles
cambien el azar de los dados.
Y que todos los alfiles
de carácter augusto
tracen movimientos sutiles.