María era bella, lo suficiente como para que te bastase verla una sola vez para enamorarte de Ella. Y ese fue el caso de Ernesto. La vio desde lejos, con su cabello negro ondulado hasta los hombros; sus ojos brillantes, pero a la vez muertos, porque estaban caídos en alguna tristeza oculta; sus pechos firmes, y su cintura magistral; sus piernas no las pude ver, pues su vestido largo y azul llegaba hasta arriba de sus tobillos. Y claro tenía sentido, estábamos en una iglesia.