El infinito empieza
donde acaba el ojo.
El infinito es la magia,
aquel lugar prohibido
al conocimiento.
El infinito es lo que queda
a partir de aquel punto
donde se unen dos líneas
paralelas.
El infinito es lo que sigue
al horizonte, al último gramo
de grava donde la carretera termina.
Es un misterio.
Detrás del iris de tus ojos
se extiende un misterio.
Detrás de la expresión
de tu mirada se abre,
impasible, una incógnita.
Es tanta la luz, tanta,
que no me atrevo a mirar,
es tanta la verdad,
la franqueza que rezuma,
que no quiero saber más.
Mi curiosidad claudica
ante tanta energía, tanta
que los ojos, chorreando
cara abajo, se derriten
hasta pringar de impotencia
el blanco de esta camisa.
Es tanta la ciencia,
tanto lo que queda,
que se me eriza el vello
pensando cuándo, cómo
penetraré dentro de ti.
Mi deseo de sabiduría,
mi sucesión interminable
de preguntas sin respuesta,
mi imposibilidad de alcanzar
aunque fuese el roce de tu piel,
me hace resurgir de cada caída,
constante, de un fracaso fiel
que se renueva cada mañana,
que me impulsa a un nuevo fracaso
y de este al siguiente sin solución
de continuidad, sin atisbar
aunque sea un ápice lo que escondes,
aquello que tras tu iris se atesora,
y que solo tú sabes, tu sanctasanctórum,
tu ecuación de mil incógnitas, tu magia.
Ese intento perpetuo de alcanzarte,
ese crepitar de intestinos y sangre,
esa emoción cuando atisbo una migaja,
un acento del libro que guardas, eso,
todo eso, me es viento a mi vela,
impulso que me levanta de la cama
al bullir temprano del tráfico, al canto
sin pausa de unos pájaros que no saben
que me despiertan, y no saben tampoco
lo que agradezco ese despertar.
Infinito, magia, misterio, desciencia,
incertidumbre, todo eso y más es viento,
es brisa que corre a lo largo de una playa
en verano, al atardecer, cuando las gaviotas
limpian de estiércol la arena y graznan
de júbilo, de fiesta, dándonos las gracias.
Eso adivino detrás de tu iris, azul garzo.