El miedo llega de repente,
Insinuando su dominio cuando la vejez asoma,
pareciera que la inteligencia se turba,
ante la verdad irritante de envejecer y morir,
sugiriendo que el tiempo pasa,
y el argumento de la obra es inevitable.
Sí, el miedo llega inesperadamente,
aun cuando las energías pretendan,
llevarse la vida por delante,
la realidad tirana, inmóvil,
nos expolia una lágrima,
tan pesada, que peregrina inevitable por la mejilla,
modificando las dimensiones del teatro,
para establecer que el único argumento,
de la creación es morir.
En el centro de esta visión, surge una raíz,
un argumento palpitante,
que hace brillar la escena oscurecida,
uno lo comprende quizá un poco tarde,
mirando las gentes que sonríen ante tan sorda realidad,
sonríen sin dolor, sin intelecto, sin ego ni razón,
sonríen con un brillo feroz, con la nobleza cristalina del manantial,
sonríen al caer y al levantarse,
ante un mar encendido o contemplando la quieta montaña,
sonríen ciegos o con la mirada iluminada,
ante ventanas rotas u horizontes inmaculados,
sonríen injuriados, rechazados o siendo amados,
sonríen entregando el alma,
ante la humildad que se ambiciona,
y la fe que se apetece.
La fe que me despoja de llantos inaudibles,
que me vacía océanos de dolores
para descubrir el río manso de aguas calmas.
La fe que nos llena de brillos furtivos,
para saciar la sed de amor que llevamos por dentro,
brota la fe en este inmenso depósito de miedo,
en su silencio de donde extrañamente brota,
como sufrimiento anónimo,
brota la fe en mi alma que ya no puede más estar sin ella,
brota levantándome, redimiéndome de mi frágil humanidad,
brota y se une a mi sonrisa como único antídoto al miedo.