Hace un tiempo, en la barra de un bar de un pueblo de Euskal Herria que linda con Cantabria, me encontraba con mi cuadrilla de amigos tomando unos tragos de vino, cuando me percaté que en una mesa cercana a la puerta de salida, un grupo de amigas allí sentadas, hacían risas y nos miraban con suma curiosidad.
Yo me fijé sobre todo en una de ellas, que tenía unos labios carnosos y sensuales, unos pómulos pronunciados y una melena corta y arreglada, con una mirada pícara que me movió el piso como se dice vulgarmente.
Al salir del local todos los amigos, tuvimos que colocarnos en fila india por el número de personas que allí concurría, y yo como era algo espabilado en las artes del ligue me coloqué en el último lugar, de tal modo que, pudiera dominar la situación a mi manera; y al llegar a la altura de esas damiselas, la guiñé el ojo a la que más me gustaba y que curiosamente también me miraba, a esa dama que consiguió hacerme tilín, dentro de mi interior.
Al sábado siguiente se repitió la misma escena, tal cual, pero hubo una variación sustancial, y es que al salir, en esta ocasión también era el último de la fila de mis amigos, volví a guiñarla el ojo, pero sorpresivamente obtuve una respuesta recíproca, porque ella también me guiñó su ojo cómplice.
Unas horas más tarde y siendo las fiestas patronales de San Isidro en ese pueblo de mi querida tierra vasca, y habiendo verbena con bailables en la plaza, ocurrió lo previsible, lo que tenía que ocurrir, y que no hace falta contar ni extenderse en ello.
Comentar que todo esto, viene a cuento de que el otro día recordé este pasaje inolvidable de mi vida, tan peculiar ella, y me dije, escribiré un poema sobre el guiño, y aquí dejo impreso este humilde trabajo poético, ingeniado en esos instantes de lucidez donde la mente se explaya con los recuerdos.
Como un trance venturoso en el intervalo de una gala,
una mirada seductora
emerge contra la nada en un guiño regalado.
Sentí de pronto el vértigo de ese segundo prohibido,
que portaba un ímpetu absoluto,
pero íntimo y tierno.
Hacia mi puente, amante de lo evidente,
donde esa luz se me posa soñadora
en el cielo de la mente.
Un guiño que la dama me entrega de manera cómplice.
En ese fluir de voluntades que propone.
Ser el uno para el otro de manera inminente.