Solo la piedad
no puede ser bastante
cuando todo es oscuro
y llueven alacranes
en los ojos dormidos
de los niños
que se van a la tierra
dulcemente.
Solo la piedad,
como un vaso de aceite
destilado en la piel
de las viejas conciencias,
como un bálsamo estéril
que libera del miedo
y de la culpa.
Solamente las manos
falsamente tendidas
como un acto egoista
que pretende lograr
un lugar en la gloria,
no podrán espantar
a los buitres hambrientos
que celebran pacientes
su seguro banquete.
Dar un pez puede ser
regalar una espina,
una gota de agua
como plomo candente,
un guijarro de pan
que desfonda la vida.
Hace falta volverse
a buscar en el Sur
el ayer de mañana,
esa luz que nos cubre
de dolor y negrura
y cambiar la piedad
por un trozo de amor
que nos duela y nos cure.